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Cicciomessere Roberto - 1 aprile 1989
La paz tiene un nuevo nombre: vida y derecho
Roberto Cicciomessere

SUMARIO: No son los misiles los que amenazan la seguridad sino la existencia de regímenes totalitarios que pueden decidir lanzarlos o destruirlos independientemente de la opinión de los mismísimos ciudadanos. "No habrá paz mientras millones de personas, por culpa del hambre, carezcan del derecho a la vida, y otros tantos millones de personas, por culpa de las dictaduras, carezcan de la libertad de expresión".

("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)

Escrito en vísperas de las manifestaciones europeas contra la instalación de los "euromisiles" del 22 de octubre de 1983, el artículo de Marco Pannella ( Ayudar Andropov o construir la paz ) no es sólo un documento histórico del pensamiento antimilitarista - que no "pacifista" - del Partido radical, sino que se trata principalmente de un texto de extraordinaria actualidad precisamente porque anticipó acontecimientos que hace cinco años la cultura predominante no consideró ni tan siquiera hipotéticos.

»Andropov puede, sin ningún esfuerzo, conseguir que la Urss proceda en su política exterior, militar y social con rápidas mutaciones tácticas, e incluso estratégicas - escribía Marco Pannella en el mes de agosto de 1983. Las inversiones militares pueden aumentar vertiginosamente, o disminuir, a costa de las inversiones sociales, sin oposiciones institucionales, sin que las masas de trabajadores y de ciudadanos puedan aprobar, desaprobar o manifestar , y ahí yacen las "enormes ventajas" con las que cuentan los gobiernos dictatoriales con respecto a los gobiernos más o menos democráticos que, por el contrario, deben a enfrentarse a fondo con los adversarios políticos, sociales y económicos y con la opinión pública antes de poder proponer un cambio de ruta. »Andropov sabe ...»que las informaciones de los medios de comunicación occidentales, por enmascaradas y engañosas que puedan resultar en muchas ocasiones, pueden ser utilizadas como vehículo - directa o indirectamente - de sus razones y propuestas . Es por e

llo que advertimos »a nuestros compañeros, a nuestras hermanas y hermanos pacifistas en el mundo ... »de los riesgos que las distintas "Comiso", los distintos "22 de octubre", no representen más que trampas, terrenos de derrota, para las esperanzas y las voluntades comunes .

Casi una profecía. Andropov murió pocos meses después de las grandes manifestaciones pacifistas. Y Gorbachov, tras el breve e insignificante reinado de Chernenko, puso en marcha, con una celeridad inimaginable en los países con democracia política, esas mutaciones tácticas y estratégicas que han pasmado y desorientado al mundo. Gorbachov sabe utilizar perfectamente los medios de comunicación occidentales para catapultar, por repetición, nuevas propuestas de paz y de desarme ante las que los gobiernos occidentales sólo consiguen, en medio de un gran embarazo, balbucear la palabra "no". La imagen de Gorbachov, líder de la paz y con el que se puede razonar, se afianza en toda la opinión pública internacional.

Es Gorbachov quién deja de acusar a Estados Unidos de querer poseer, con los Pershing y los Cruise, una superioridad militar a la de la Urss, y acepta desmantelar sus misiles nucleares SS20 reconociendo de esta manera que habían sido éstos y no los Cruise los que habían alterado el equilibrio nuclear en Europa. El Kremlin desmiente las acusaciones contra Andropov hechas por los movimientos pacifistas. Se afirman como vencedores los halcones que habían justificado la instalación de los Pershing y de los Cruise como respuesta a los SS20 y como único medio para obligar a la Urss a la opción cero.

Los que no supieron preveer la posiblidad estructural de que dichos acontecimientos tuviesen lugar en el seno de un régimen totalitario, en la misma medida en la que es posible que se den acontecimientos de carácter opuesto, es decir, que se agraven las presiones militares de la Urss en los países limítrofes y en Europa con la consiguiente represión ideológica y de la policía en su seno, hoy hablan de una segunda revolución soviética, del ocaso de la era del expansionismo comunista.

Ni comprendían ayer ni comprenden hoy la naturaleza y la fuerza de los regímenes totalitarios. No se dan cuenta de la verdadera amenaza de la seguridad que no reside tanto en la cantidad de misiles, más o menos nucleares, que apuntan hacia nosotros, sino en la existencia de regímenes que pueden, indistintamente, decidir el desarme o el rearme, la paz o la guerra, sin que los ciudadamos, ni la opinión pública, ni las instituciones internacionales puedan incidir de forma significativa en una u otra decisión.

Por eso, en la víspera de aquel 22 de octubre en el que millones de europeos se manifestaron contra los Cruise y no a favor de una política de defensa alternativa, advertíamos a nuestros compañeros "pacifistas" que la oposición a los misiles americanos tenía únicamente todas las de perder, era fácilmente instrumentalizable por la política soviética, si no iba acompañada de una fuerte denuncia de la imposibilidad de manifestarse en Moscú contra los SS20. Decíamos que las grandes superpotencias estaban interesadas en llegar a un acuerdo sobre los euromisiles, mientras que no se preocupaban por el problema de los derechos políticos en el Este ni de esa silenciosa guerra culpable del exterminio a causa el hambre de millones de seres en el hemisferio sur del planeta.

Decíamos también que quién quiere la paz no puede ser neutral. Se debe decantar por el derecho y la democracia contra la violencia y la dictadura, debe combatir contra quién amenaza la seguridad en vez de proclamar únicamente la fraternidad. Decíamos, no sólo a los pacifistas sino también a las clases dirigentes del Occidente democrático que aseverar única y exclusivamente las posiciones del desarme equilibrado, sin proponer una estrategia más ambiciosa para crear un nuevo orden mundial basado en el derecho a la vida y la vida del derecho, es decir, basado en el afianzamiento de los valores concretamente antagonistas de los valores de los regímenes dictatoriales, representa un punto de debilidad y no de fuerza o de raciocinio en las negociaciones para la reducción de las armas nucleares y convencionales. Precisamente por eso cabía tener la fuerza suficiente para preparar la conversión de las estructuras militares e industriales para que combatiesen en la guerra contra el hambre y el subdesarrollo.

Por supuesto, Gorbachov es distinto de Andropov, pero la naturaleza totalitaria de ese régimen que puede expresar, indistintamente, Stalin o Kruschov, Breznev o Gorbachov, que puede decidir invadir Afganistán y retirarse sin haber tenido que pagar el precio de las grandes manifestaciones de protesta que acompañaron a la tragedia americana del Vietnam, no cambia.

Sin embargo, en Occidente se prescinde de todo eso, no en la teoría sino en la práctica. La "izquierda" se pregunta si Gorbachov conseguirá imponer la democracia a las fuerzas internas stalinistas, mientras que la "derecha" se pregunta si Gorbachov es un interlocutor fiable y, sobre todo, si se podrán hacer negocios gracias a la apertura del inmenso mercado de la Urss.

He ahí el punto sobre el que gobiernos y oposiciones, "halcones" y "pacifistas" pueden ser vencidos a largo plazo. Los primeros porque infravaloran el precio que el mundo democrático tendrá que pagar a cambio del nuevo "orden" que Gorbachov parece poder asegurar en el imperio soviético. Un "orden" que ya no se basa exclusivamente en el uso brutal de la fuerza ni en los tanques enviados para salvaguardar el comunismo en los países socialistas. Un "orden" que presupone que el mismo régimen totalitario dé una imagen más moderna, más reconfortante.

El objetivo se puede conseguir con el aumento del bienestar de la población, con el traslado de recursos de las estructuras militares a las necesidades civiles, con la ampliación de la iniciativa privada para hacer frente a la ineficiencia crónica del aparato estatal y con una moderada relajación de la presión policíaca sobre el ciudadano.

Se invita a Occidente con el engatusamiento y la promesa de los buenos negocios, a dejar correr la veleidad de exportar el modelo democrático en el imperio soviético, para no comprometer las "aperturas" y las "reformas" prometidas.

El precio que se tendrá que pagar será renunciar a la afirmación de la universalidad de los principios de la democracia. Como de costumbre, dichas renuncias a los ideales se pagan a un alto precio. Pensar que los pueblos de la Europa del Este, que tantas nacionalidades cuya identidad ha sido sofocada brutalmente hasta el momento presente se puedan resignar para siempre a su condición de súbditos sin derechos, es todo un error de dimensiones históricas.

Es eso lo que está sucediendo. Mientras que la crisis del régimen soviético produce cada vez más formas sólidas y organizadas de disensión que hacen surgir prepotentemente "la otra Europa", esa que en el Este, tanto en Praga como en Varsovia, no acepta cambiar pan por libertad, los gobiernos occidentales parecen preocuparse más por la tutela de la estabilidad de los regímenes del Este para no crear molestias a los negocios de los grandes grupos industriales que por ayudar a la Europa del Este a salir de los 40 años de dictadura.

Gorbachov no quiere y no puede, al contrario de lo que piensan en la "izquierda" aquellos que dan máxima prioridad al apoyo a la "revolución", transformar, aunque sea pasito a pasito, el régimen soviético en un Estado de derecho, en una democracia pluralista y parlamentaria. Gorbachov es la expresión de un partido único y sabe que su poder, la posibilidad misma de poner en marcha las reformas económicas que anuncia, de imponer su nuevo "orden", se basa precisamente en su capacidad de control férreo del Estado y de la sociedad y, sobre todo, de sus opositores.

Pero, sin democracia las desgarradoras contradicciones de la sociedad soviética y de su imperio se hacen progresivamente más y y más explosivas y no sanables con los ajustes, las reformas internas en el sistema soviético anunciadas por Gorbachov.

La democracia no es un fin, un objetivo último, sino el medio indispensable para garantizar justicia, bienestar y seguridad.

Por ello, el tema del artículo de Pannella escrito en 1983,

sigue manteniendo su actualidad: ayudar a Gorbachov o construir la paz?

Una profecía más, sí es verdad que los movimientos pacifistas en Europa se han esfumado optando por la defensa de Gorbachov, satisfechos evidentemente de su pacifismo y de la eliminación de los misiles nucleares de corto alcance.

La tarea del Partido radical, desde hace veinte años, consiste en contribuir a la construcción de la paz y de la seguridad, recordando, sobre todo cuando no es del agrado de la cultura predominante, que no habrá paz mientras millones de personas se vean privadas, a causa del hambre, del derecho a la vida y millones de personas se vean privadas, a causa de las dictaduras de la libertad de expresión.

 
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