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cicciomessere roberto - 12 agosto 1989
La regla del partido de "segunda instancia"
Roberto Cicciomessere

SUMARIO: La crisis del partido radical se puede resolver, al igual que al principio de su historia, disponiendo un nuevo proyecto de estatuto que represente el nuevo modelo organizativo transnacional no sólo para el pr sino para el resto de las fuerzas democráticas. Es necesario establecer una batalla política prioritaria - los Estados Unidos de Europa - y de transferir todas las estructuras no funcionales a este objetivo hacia otros sujetos políticos radicales.

(Notizie Radicali nº 174 del 12 de agosto de 1989)

En enero de 1967, el Partido radical lanzó un llamamiento a la opinión pública italiana para que apoyase el ciclo de acciones del "Año Anticlerical". En el documento enviado a más de 50 mil destinatarios, del que posteriormente se hizo publicidad con un periódico de 250.000 ejemplares de tirada, se afirmaba un "segmento de teoría" que a una sociedad política agnóstica y subalterna a la cultura católica le parecía una blasfemia: "no existe sector de la vida pública italiana que no exija un compromiso anticlerical concreto para que nuestro país conozca las vías del progreso civil y de la alineación con la realidad social contemporánea".

Contra el laicismo sólo teórico y subalterno de la cultura liberal de la época, contra el "realismo" a modo de compromiso del mundo socialista y comunista, contra quiénes sostenían que la sociedad italiana todavía no era madura para desengancharse de la "tutela" de la Iglesia católica, el Partido radical quiso fiarse de la madurez de la gente, e indicó que el clericalismo y su brazo político, la Dc, eran el obstáculo que le impedía a Italia acercarse as las democracias europeas. Las batallas contra el "saqueo de Roma", contra el alcalde democristiano Petrucci y el monopolio clerical de la asistencia pública, para la difusión de las prácticas anticonceptivas y, por último, la gran campaña para el divorcio demostraron la consistencia de aquella intuición teórica, que a lo largo de cinco años solamente, suscitó una modificación profunda de la cultura política italiana.

En 1967, el Partido radical, con su tercer congreso de Bolonia, se planteó el problema de la refundación del partido considerando los nuevos contenidos políticos que pretendía consolidar. En efecto, se trató de un congreso en el que se decidió el nuevo modelo organizativo que el PR proponía no sólo para sí mismo, sino para toda la izquierda italiana.

Presunción suprema por parte de un partido de cuatro gatos?

Más allá de la posibilidad real histórica de suscitar una reforma semejante de los partidos italianos, la novedad y la fuerza de dicho proyecto estribaba en la voluntad de marginar la tentación veleidosa de circunscribir ciertos contenidos políticos tendencialmente mayoritarios obligándolos a permanecer en el precinto de una parcela demasiado estrecha tal y como lo es una sola organización partídica. El éxito de las batallas anticlericales y en favor del divorcio - los radicales lo sabían perfectamente - sólo se podía vencer si se implicaba a las fuerzas laicas, socialistas y comunistas en la renovación cultural, política y organizativa. El estatuto del PR, en vez de ser sencillamente una "regla" de los radicales, prefiguraba el nuevo modelo organizativo que la izquierda hubiese tenido que adoptar para hacer frente a los desafíos políticos del momento. La vocación "transpartídica" se seguía manifestando en el cuarto congreso del partido, que fue convocado el mismo 1967 en Florencia, al que fueron invitados c

omo ponentes los diputados Arrigo Boldrini del PCI, Luigi Anderlini, socialista autónomo y Renato Ballardini del PSU. Han pasado más de veinte años, pero las decisiones que debe adoptar el nuevo Partido transnacional no son muy distintas de las de aquel lejano 1967.

Al igual que por aquel entonces, tenemos que consolidar nuevos "segmentos de teoría" igualmente escandalosos como los anticlericales: "los nuevos sujetos institucionales y políticos no pueden ser más que - actualmente, ante los problemas de nuestra sociedad y de nuestra era - no pueden ser más que transnacionales, con respecto a los Estados existentes, y transpartídicos, con respecto a los partidos nacionales e ideológicos". Pero no sólo eso. Queremos incluso que la cultura política, tanto occidental como no, se sensibilice de que la no violencia no sólo es un medio de lucha que respeta plenamente la vida y la dignidad humana sino que es un camino inevitable para el desarrollo y la madurez de la democracia, de los valores de la tolerancia y de los principios del Estado de derecho. Sostenemos que la democracia política podrá recuperar de nuevo su "impulso propulsivo" y mostrar su fuerza insuperable ante los desafíos del siglo sólo si logra afirmar que bajo ningún concepto - la defensa de la patria, de la revo

lución, del orden nacional, del progreso y ni tan siquiera de la mismísima democracia - es legítimo poner en entredicho el derecho a la vida y la dignidad de la persona. Por ello, la mismísima batalla ecológica puede convertirse en algo muy distinto de una simple petición por parte de una sociedad opulenta e una mejor "calidad de vida" y transformarse por el contrario en batalla para la edificación de nuevo derecho, para la consolidación de la predominancia del derecho a la vida por encima de los demás derechos, aunque los garanticen las constituciones democráticas y los tratados internacionales, como el mismísimo derecho al trabajo, al beneficio, a la competencia, al desarrollo. Y más aún, para consolidar que hoy en día las mismísimas instituciones de derecho público cobran una dimensión y un poder de coacción supranacional o sencillamente están destinadas a dejar de ser sujetos de derecho.

Pero volvamos a los problemas por los que se está interesando el Partido Radical en estos momentos.

Resumiendo, nos hallamos en condiciones parecidas a las de 1967, es decir hemos detectado un importante "segmento de teoría política", pero contrariamente a dicho periodo nos faltan las nuevas reglas y las batallas a través de las cuales hacer que sea explícita, tangible y por lo tanto auténtica y reconocible la premisa teórica.

En resumidas cuentas, sin la batalla anticlerical y antimilitarista, sin el divorcio, sin el estatuto federativo, y por lo tanto sin la LID (1), no se hubiese producido la victoria del referéndum del 12 de mayo de 1974.

Estamos sin "Regla". Ha caído el pacto asociativo que nos ha unido durante veinte años. Tal vez quede la amistad y el aprecio, pero han caído aquellos "códigos de comportamiento" - sin lugar a dudas discutibles y discutidos - que establecían puntos de referencia certeros en la vida del partido y de las personas que los constituyen. El estatuto ha sido desmenuzado minuciosamente para hacer frente a las emergencias impuestas por la violación de la "Regla" democrática por parte de la partidocracia. El partido federado, autofinanciado, militante y no violento sencillamente ya no existe. El informe del secretario general Sergio Stanzani y del tesorero Paolo Vigevano en el Consejo federal de Madrid de mayo de 1988 nos ha brindado sin piedad alguna la fotografía de la "cosa" radical: cuesta 12 mil millones de liras al año aunque en realidad necesitaría por lo menos el doble. La autofinanciación no supera los dos mil millones mientras que el resto procede de los asentamientos institucionales. El militante es una esp

ecie en vías de extinción que ha sido sustituida por figuras híbridas de funcionarios-militantes, funcionarios-dirigentes, naturalmente mal pagados los primeros y ofreciendo cada dos por tres contribuciones económicas "voluntarias", los segundos. A la práctica no violenta se ha preferido el trabajo en las instituciones.

Pesa sobre todo ello la dramática crisis financiera que corre el riesgo de conducir, a corto plazo, al cierre de la benemérita empresa radical.

Pensar que la solución a estos problemas puede ser "interna" es pura locura. Las propuestas de "Partido mínimo", de racionalización interna presentadas en las interminables, fatigosas y a menudo inconcluyentes reuniones y consejos federales que se han producido en el último año a través de las capitales de media Europa, contienen un elemento de error imperdonable. Al igual que en 1967, tenemos que ser conscientes de que el "segmento de teoría" que hemos detectado podrá consolidarse sólo si se convierte en patrimonio de la cultura política de las fuerzas partídicas existentes, con todos los riesgos de vulgarización que ello comporta. Pensar, en resumidas cuentas que el proyecto transnacional y no violento puede consolidarse sólo con las piernas de los radicales es puramente veleidoso. Todo esto está escrito muy clarito en los informes del secretario general y del tesorero: el partido transnacional presupone una dimensión organizativa, financiera y política que no está al alcance del actual partido radical. Po

r supuesto, al igual que por aquel entonces, durante muchos años vamos a ser los únicos y aparentemente aislados en la difícil tarea de mantener viva, de alimentar esta nueva esperanza democrática. Pero toda acción política, aunque sea sencillamente de resistencia, tendrá que avanzar por lo menos un milímetro en el perímetro del conocimiento y de la conciencia de la urgencia estratégica, para nuestra sociedad, de la dimensión transnacional y transpartídica de la política.

De ahí la urgencia de disponer un nuevo proyecto organizativo que se dirija, como ejemplo y como modelo, a las demás fuerzas democráticas. Es necesario reconstruir la "regla" no sólo para volver a conquistar la certeza y la salud de nuestro partido, sino para intentar proyectar hacia el exterior las que parecen, si se encierran en nuestro microcosmos, ecuaciones financieras imposibles e irresolubles.

Sin pensar en escribir el nuevo manifiesto de Ventotene, con humildad pero al mismo tiempo con fuerte ambición, tenemos que adoptar un compromiso concreto y delimitado en el tiempo, el de disponer, antes del próximo congreso, el nuevo instrumento estatutario a proponer al nuestro al igual que a los demás partidos que deseen recorrer el camino de la reforma de la política. Cabe pensar que a este trabajo puedan asociarse los nuevos compañeros del este europeo con su compromiso o aquellos que, desde sus propios partidos, con el carnet radical también, están comprometidos en la reforma transnacional y transpartídica de la política.

Como siempre, Marco Pannella nos ha brindado un hilo conductor que puede hacernos desenmarañar la enredada madeja del enigma radical. El partido de "segunda instancia", que presupone el pertenecer a otra organización política. El partido, así pues, que quiere romper definitivamente con un concepto ideológico y fraccionado de la política para configurar un lugar en el que las diversidades de cada uno de los distintos sujetos políticos sean al mismo tiempo tuteladas y puestas al servicio de un proyecto común. Se trata, sin lugar a dudas, de una premisa teórica esencial si pensamos no sólo en Italia, sino en las realidades políticas tan distintas que podemos reconocer en Europa central, en Europa del Este y en los países que se asoman al Mediterráneo sur.

Este tenue filo puede tal vez consentir soldar las dos tensiones tan divergentes cuanto legítimas que vivimos en el partido: la de la política de los grandes objetivos transnacionales, que no soporta ninguna limitación local ni nacional y la que impulsa a buscar, desde las concretas contradicciones de la ciudad de cada cual y del propio país, razón y estímulo para las grandes batallas ideales. Intentando desarrollar este hilo, con la riqueza del patrimonio de conocimiento y de reflexión sobre el Partido radical, adquirido en un año de profundo debate, tenemos que comprometernos, en un plazo de 90 días a partir del próximo consejo federal, en someter a la atención de los inscritos y de nuestros posibles interlocutores políticos el nuevo proyecto de partido transnacional y transpartídico.

Nos hallamos sin la batalla prioritaria capaz de hacer que sea inteligible el segmento de teoría que queremos consolidar y a partir de la cual invertir todas nuestras fuerzas y por la que caracterizarnos de forma unívoca.

Al igual que en 1967, al partido atañe la tarea más difícil, mientras a otras organizaciones federadas o colegiadas se les reserva las batallas ya maduras y arraigadas en el debate público.

No olvidemos, de hecho, que mientras la LID pudo, sin lugar a dudas tras un inicio difícil, contar con una dimensión de "masas" y una presidencia "transpartídica" (Fortuna, Baslini, Spagnoli y Mellini), el partido siguió paralelamente en dos frentes sin lugar a dudas nada populares como el anticlericalismo, el antimilitarismo y el antiautoritarismo. El éxito de prestigio y de inscripciones de la LID se reflejaba positivamente, también desde el punto de vista financiero, en el recién nacido Pr.

Tenemos que resignarnos a esta repartición de las tareas, haciendo que se convierta en elemento de fuerza en vez de ser motivo de enfrentamiento o de descontento interior. Existen, en resumidas cuentas, empresas que dan resultado a corto plazo y empresas que lo dan a largo plazo, cuyos frutos aparecen al cabo de algún tiempo. El partido radical está equipado sólo para el segundo tipo de empresas. Mejor dicho, a los radicales no parece divertirles las empresas fáciles. Pensar, por el contrario, que el Partido radical, como sujeto político que ha escogido desde hace veinte años no correr tras la novedad ni las modas políticas - ganando de esta manera su inmunidad ante "flujos" periódicos - para perseguir el difícil propósito de sacar a relucir los más profundos secretos y los más ocultos tabús políticos eliminados y olvidados incluso por la conciencia más íntima de las personas, pueda convertirse en un partido de "masas" y de esta manera resolver, con una "sencilla" multiplicación de los panes y los peces, su

s propios problemas financieros, es un error teórico, o lo que es peor, una ilusión voluntaria que no nos conduciría demasiado lejos. Ha habido y seguirá habiendo momentos en la historia del partido en los que la dimensión numérica no corresponde a la dimensión del éxito conseguido por la batalla radical. En dichos casos, es un deber hacer de todo para acercar ambos valores. Pero ello puede suceder tras el éxito de una campaña política y no antes. Y hoy por hoy tenemos que construir las condiciones para que se produzca el éxito radical.

No cabe la menor duda de que actualmente existen por lo menos dos batallas que podrían expresarse a través de dos organizaciones "de masas" hasta "ricas" y capaces de granjearse consistentes representaciones en los parlamentos y en las administraciones locales: la campaña contra el prohibicionismo de la droga y la ecológica.

Con la generosidad que nos caracteriza pero también con la claridad de los papeles por desempeñar recíprocamente, es necesario que el Partido radical se comprometa en promover estos dos nuevos sujetos políticos. Si el segundo parece tener la capacidad de moverse por sí sólo, el primero se halla inmovilizado, incapaz de hacer que dé su fruto adecuadamente el valioso patrimonio de ideas que ha heredado del Partido. He aquí el objetivo: la Lia tiene que poder convertirse, en el plazo de un año, en una sólida organización que pueda confrontarse, desde el punto de vista de sus miembros y del presupuesto, con Greenpeace o WWF. Este es el objetivo que debe perseguir el Pr.

Y el Partido transnacional y transpartídico qué tiene que hacer? Seguir la difícil pero irrenunciable batalla que Altiero Spinelli (2) nos ha indicado y que el estallido de las nuevas democracias del Este europeo ha alimentado con nuevos significados y nuevas urgencias.

La batalla no violenta en pro de los Estados Unidos de Europa.

Conscientes, al igual que en 1967, de que esta es la batalla estratégica e histórica y que los tiempos para recorrerla no serán ni fáciles ni breves.

Por ello cabe entrever una solución incluso para los dramáticos problemas financieros y para la definición de un nuevo modelo organizativo que no sea totalmente abstracto y desanclado de la realidad de la cosa radical. El partido tiene que transformarse en un instrumento funcional que persiga una sola batalla prioritaria, recuperando de esta manera su naturaleza constitutiva de partido de objetivos y no de proyectos políticos, desechando al mismo tiempo todo lo que no es funcional para perseguir dicho objetivo. Dejemos para otros sujetos políticos el honor y la labor de encargarse de todas esas estructuras que para existir necesitan anclarse estructuralmente a las instituciones nacionales o supranacionales. Empezando por Radio Radicale.

Así pues, no se trata de un "partido mínimo" sino de un sujeto político que aspire a poder duplicar su actual presupuesto y que logre volver a gastar por lo menos el 80% de sus ingresos en actividades; un partido que se caracterice por sus batallas políticas y por la participación militante de los ciudadanos; un "segundo partido" que no sea delegado por otros sujetos políticos a la actividad transnacional y transpartídica sino en el que otros partidos y movimientos compartan, organizativa y financieramente, sus objetivos políticos.

N.d.T.

(1) LID . Siglas de la Liga Italiana para el Divorcio. Fundada en 1965 por Marco Pannella, Mauro Mellini, Loris Fortuna y Antonio Baslini.

(2) SPINELLI ALTIERO . (Roma 1907 - 1922). Encarcelado durante el fascismo (desde 1929 hasta 1942) por sus actividades antifascistas, pues fue líder de las juventudes comunistas. En 1942, escribió con Ernesto Rossi, uno de los fundadores del Partido radical, el Manifiesto federalista de Ventotene, en el que se afirma que sólo una Europa federal podrá vencer definitivamente los peligros de un retorno de las guerras fratricidas en el continente europeo. Al final de la guerra fundó junto a Rossi y Eugenio Colorni, entre otros, el Movimiento federalista europeo, y después pasó a ser miembro de la Comisión europea, siguiendo de cerca y criticando la evolución de las estructuras comunitarias. En 1979 fue elegido diputado en el Parlamento europeo por las listas del Partido Comunista Italiano (PCI), y se convirtió en el cerebro del proyecto de tratado que fue posteriormente adoptado por el Parlamento europeo en 1984 y más conocido como "Proyecto Spinelli".

 
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