Marco PannellaDesde hace muchos años, intento protestar públicamente por el "conformismo de la izquierda" con respecto al tema de Sudáfrica. Heberlo intentado en los años 1962-65 para el Vietnam y Camboya, sin haber conseguido que se me escuchase, ante las "heróicas" alternativas violentas de "liberación" comunista de esos países, a los acontecimientos que siguieron y que condujeron a las tragedias de esos pueblos más graves de lo que lo fueron las nazis y las estalinistas, no me permite más que calmarme en una simple, aunque difícil posición de testimonianza, ante el riesgo de acontecimientos igualmente terribles para toda Africa. Cabe denunciar el carácter demagógico y literalmente irresponsable de la criminalización persistente y cada vez más grave en el seno de la tribu blanca de Sudáfrica y de las tribus negras que no están alineadas en la alternativa violenta, una vez más de "liberación".
Hay que denunciar el peligro de converger en posiciones revolucionistas y posiciones vinculadas a las multinacionales del crimen y de la guerra, convergencia ya evidente para el que tenga ojos para ver.
Hay que denunciar la irresponsabilidad de la respuesta maximalista y chantajista contra la política dramáticamente difícil de apertura y de democratización, cada vez que se intenta. Respuesta que se traduce localmente con salvajes matanzas de los negros responsables de "colaboracionismo", en general de fe en el diálogo, en el silencio de la opinión pública internacional, a la que no se ha informado sobre la compleja verdad de los hechos.
Hay que aclarar lo que en Sudáfrica es consecuencia de la ideología persistente de apartheid, lo que de realidades económico-sociales existe tras ésta. El trabajo en las minas responde, en su explotación inhumana, mucho más a la situación europea de hace medio sigo, y no a los cánones racistas o pseudo-racistas. Los muertos de Marcinelle, en Bélgica, no eran más que una pequeña parte de las víctimas de ese trabajo, con los mineros asolados por la silicosis que ha sido reconocida como enfermedad profesional generaciones y generaciones después. Hay que admitir que sis queremos ser intelectualmente honestos, cualquier régimen circundante al surafricano ha constituido en estos decenios elemento de mortalidad, de morbilidad, de deshumanidad, de negación de los derechos fundamentales del hombre, mucho más graves de los que justamente se denuncian e injustamente se distorsionan.
HAY QUE calibrar la política surafricana a partir de las actitudes de oposición mantenidas por el consentimiento unánime y la angelización pseudo-liberal y pseudo-humanitaria de la opinión pública mundial.
Hay que comprender de forma responsable que el apartheid no se derrumba con un decreto, so pena tragedias aún mayores, un incendio de violencia y de guerras feroces que se extenderían rápidamente hasta el Cuerno de Africa, como la internacional de las guerras auspicia tras la "disolución" del frente Irán-Irak. Hay que contribuir al método y al objetivo de un plan de conversión, lo más rápido y tutelado posible, de transición del régimen actual a uno plenamente democrático. Hay que entender que, probablemente, en ningún país africano existen condiciones culturales, sociales y económicas tales que pueden permitir la realización del "sueño" de un régimen de plena democracia política, cultural, económica y social.
Hay que dejar de santificar a personalidades que han adquirido gran prestigio internacional, a las que hay que defender en el plano de las aspiraciones y de los objetivos pero no necesariamente en el plano de la política concreta que practican. Su apocaliptismo, su maximalismo, su visión maniquea de las cosas no tienen nada que ver con la fuerza de la no violencia gandhiana, la única que hoy por hoy puede tener un valor revolucionario en la dirección de la democracia, de la justicia, de la libertad y de la paz en Sudáfrica y en todo el continente.
Hay que decir no, ásperamente "no", cualquier organización y política que postule o justifique la violencia como método, como "necesidad", tanto si estas organizaciones se manifiestan desde la zona del poder (con leyes y reglamentos, abusos y provocaciones) como si lo hacen a partir de la oposición, en nombre de los derechos del hombre.
HAY QUE ofrecer a las tribus blancas y negras de Sudáfrica, que quieren juntas alcanzar un Estado transnacional, transétnico, tolerante, democrático, responsable, a ellos y a sus clases dirigentes, la mayor ayuda posible e inmediata, oficial y militante. Hay que evitar lo que ha venido sucediendo puntualmente, no sólo en el Extremo Oriente, en Oriente Medio o en el Norte de Africa, es decir, que las "liberaciones" se traduzcan en millones de muertos, generalmente campesinos, en la militarización de las sociedades, en la instauración de las dictaduras, en el éxodo forzado o de poblaciones "blancas" o "negras" desde hace siglos arraigadas en esas tierras. Hay que encauzar todo, con claridad, a la lucha contra órdenes sociales e institucionales injustos, como en Europa o en cualquier lugar del mundo ha sucedido desde hace siglos, sin criminalizar a quien haya heredado este "orden", quien vive con miedo o con terror, por una parte y por otra, su vida y la de su sociedad.
Por último, hay que hacer que la Comunidad europea, e Italia en lo que nos respecta, intervengan inmediatamente con señales nuevas y apropiadas de diálogo, de respeto, de responsabilidad, de voluntad de gobierno de la dramática situación, para que no evolucione en la tragedia, tal y como parece por desgracia probable si se sigue apoyando la política violenta, chantajista que se aplica con voluntad salvaje ante todo intento de evolución rigurosa, pero gradual y controlada, de la situación.
Sólo un racismo arraigado, dominante moralista y letal puede seguir excluyendo para Africa y en general para el Tercer Mundo ese "realismo" que ha sido practicado hasta una irresponsabilidad criminal con respecto a los regímenes comunistas (y fascistas) de Europa.
La actitud con respecto a Pretoria no puede y no debe se ideológicamente distinta de la que se mantiene con respecto a Moscú, Varsovia, Belgrado o incluso Budapest. Por no hablar de la vergüenza del apoyo de facto, persistente, con respecto a Pequín, Hannoi y de los Khmer rojos en Camboya.