Marco Taradash("EL PAIS" 5 DE OCTUBRE- 1989)
El prohibicionismo de la droga nos ha convertido a todos en consumidores: consumidores de delincuencia común, de corrupción política, de dinero reciclado, de terrorismo mafioso, de leyes policiacas, de enfermedades incurables. Consumidores de narcocracia: el poder de las organizaciones criminales que, por primera vez en la historia de la humanidad, está a punto de convertirse, si no se han convertido ya, en Estado. La economía internacional, desde la que se cuece en los prestigiosos despachos del barrio de Zúrich, hasta la que pasa por la última de las carnicerías de los mercados de Verona o de Marbella, corren el riesgo hoy de verse contaminada por el imparable y acelerado tráfico de los narcodólares, los narcofrancos,las narcopesetas, las narcoliras o los narcoyenes. Las reglas del juego capitalista han entrado en crisis. Al perturbador intervencionismo del Estado socialdemócrata le ha sustituido la devastadora intrusión de los capitales fáciles, no controlados, sobre los que nadie paga intereses. Capitale
s protegidos por las metralletas: capitales que corrompen y metralletas que disparan. La industria multinacional de la droga prohibida («aporta cada año a las arcas de los miles de Al Capones del narcotráfico la escalofriante cifra de 500.000 millones de dólares, un tercio de la deuda total de los países en vías de desarrollo. Rehenes de esta economía mafiosa y del poder armado y corruptor que la preside no son sólo la América Latina de la cocaína o las regiones del triángulo de oro asiático, sino enteras regiones de la Europa democrática e industrializada. La democracia política también ha entrado en crisis.
Las consecuencias del prohibicionismo de la droga están a la vista de todos. Sus teóricos y estrategas proclaman su fracaso; nos muestran ciudades convulsas por la violencia, una humanidad juvenil hambrienta de heroína o de crack, flotas aéreas de narcotraficantes, los deseastres del último atentado, la sangre del último policía u hombre político, o periodista, o juez o paseante asesinado. Y nos aproponen más prohibicionismo, más guerra. Desde el presidente de los Estados Unidos, George Bush, al secretario del Partido Socialista italiano, Bettino Craxi, pasando por la Organización de las Naciones Unidas y su gran aparato antidroga, un rayo de locura política parece paralizar la voluntad e inteligencia de quienes deberían desarmar con su poder, de un día para otro, no a éste o a aquél señor de la droga, no a éste o aquél cajero de éste o aquél cártel, sino a todos los narcoatraficantes, a todo el narcotráfico. Sin armas ni derramaniento de sangre, sino con la única arma eficaz y segura: la legalización de tod
as las drogas, una vía de control y una severa reglamentación del comercio y del consumo, que transformaría lo que hoy es oro en polvo, en simple polvo blanco sin valor comercial, sin poder de vida y muerte sobre los individuos y sobre la legalidad de los Estados.
Sería el fin de la distrubución a la puerta de los colegios o en los bares, el fin de los robos, de los secuestros, de las agresiones callejeras, el fin de la prostitución para procurarse la dosis, el fin de la epidemia del Sida - que hoy se transmite casi exclusivamente por vía de los drogodependientes -, el fin de la impotencia de los policías, que parece como si tuvieran que vaciar el mar de los delitos de la droga con una cesta de mimbre, el fin de la narcocracia y de su feroz alternativa: "un kilo de oro o un kilo de plomo". Pero sería también el fin de la gran comedia internacional que desde hace quince años se representa como guerra a la droga, y de las coartadas que con ella se favorecen. Problemas raciales? Cosa de la droga: «Venga la policía! Marginación social? Asunto de drogas:. «Policía! Actitudes inconformistas? «Droga: Policía! Subdesarrollo? La droga: «policía!. Y esto, ya no es tal vez o únicamente, locura. Es que el prohibicionismo tiene sus reglas y sus consecuencias.
Por eso, el Partido radical transnacional, única fuerza política hasta hoy que propone como esencial para la supervivencia de la democracia y sus fundamentos liberales el fin del proahibicionismo, ha promovido, en marzo de este año el naciomiento de la Liga Internacional Antiprohibiciaonista, fundada por juristas, economistas, periodistas, magistrados, policías, sociólogos y médicos de quince países de Eruopa, de Norteamérica y de Amèrica latina, y ha apoyado el nacimiento y la participacicón en las contiendas electorales, primero en Italia, hoy en España (las encabeza en Madrid un policía muy apreciado y conocido como es José manuel Sánchez García), mañana en Grecia y en los demás países de la Cee, de listas antiprohibicionistas abiertas a todos aquellos que intenten llevar adelante una campaña para acabar con el azote del prohibiciaonismo, devolviendo el problema de la droga a sus dimensiones reales - y controlables - como problema sanitario y social.
Los que en Italia han votado para el Parlamento europeo las listas de los antiprohibiciasonsitas sobre droga contra la criminalidad política y común lo han hecho probablemente por muchas razones diversas y confluyentes. Por un deseo de seguridad personal en las ciudades negándose a seguir pagando ese impuesto a los no consumidores, formado de agresiones y violencias que el prohibicionismo nos impone a todos, y que las señoras y la personas mayores pagan con mayor frecuencia y con consecuiencias más dolorosas. O bien por amor a las libertades civiles, porque las historia de las inquisiciones, de los fascismos y de los capitalismos nos ha enseñado que reprimir con el anatema moral y la condena penal un comportamiento que no daña a terceros contiene en sí mismo los gérmenes no sólo en hundimiento del Estado de derecho - real ya en muchos países -, sino la disolución de ese espíritu de tolerancia y solidaridad humana sin el cual la sociedad liberal se vacía de energía ay de moralidad.
O bien han votado Antiprohibicionista porque ven que la droga, especialmente la más dañina, circula laibre y sin control con sus secuelas de sangre, enfermedades, degradación moral, y comprenden que ésto sucede hoy porque la droga es mercancía, la mercancía con el más desmesurado valor añadido imaginable, y saben que para afrontar positivamente los problemas humanos que se escaonden tras esta situación se hace necesario eliminar todo su interés económico, toda relación económica de oferta. La mafia es mucho más laica que muchos de sus declarados enemigos: su objetivo único es el dinero, no la corrupción moral de la asjuventud occidental.
Por estas razones han anunciado su voto antiprohibicionista - o el apoyo a la campaña para la legalización de la droga -, tanto en Italia como en España, hombres de cultura y de ciencia como Leonardo Sciascia, Alberto Moravia, Eddoardo Amaldi, Gianni Vattimo, o bien, Fernado Savater, José Luís Aranguren, Antonio Escohotado, Antonio Gala y, junto a ellos, ciudadanos de toda condición.
Queda poco tiempo para salvar lo salvable. El debate intelectual debe partir de la iniciativa política, porque al monopolio criminal de la droga prohibida le acompaña el monopolio prohibicionista de la decisión legislativa. Este círculo poco virtuoso puede romperse creando, desde Europa, una alternativa antiprohibicionista, si es que realmente queremos menos delincuencia, menos policía, menos droga, menos enfermedades, menos ainvasión del Estado en la vida priovada, menos impotencia y corrunpción en las instituciones.
Marco Taradash es eurodiputado por el Partido Radical.
Traducción: José Manuel Revuelta.