Fernando SavaterSUMARIO: Los partidos políticos incluyen dos temas, la objeción de conciencia y la despenalización de las drogas, en su campaña preelectoral. Son dos temas que proceden de una exigencia pública y no de la genialidad de ningún líder. Pero no son temas ideológicos por lo cual afectan tanto a la derecha como a la izquierda. Ambos temas se han planteado a partir de los resultados empíricos oscureciendo lo más positivamente subversivo de estos asuntos: el rechazo activo y político de que el unanimismo estatista se imponga por encima de la opción individual. Ahora parece que hay gente más dispuesta a decir que no quieren hacer la mili tanto si es buena como si es mala. El problema es si se toma en serio o no la libertad de los individuos. Si alguien defiende la mili voluntaria es elitismo pues acabarían yendo los hijos de las familias más necesitadas; la despenalización de la droga es elitista porque no funciona con los jóvenes parados o la gente sin instrucción. Según ese razonamiento, lo menos elitista sería pro
hibir el voto a cuantos por analfabetismo o pocas luces van a votar indiscriminadamente; y que las mujeres votasen porque son demasiado emotivas. Toda libertad es condicionada y condicionante: las drogas pueden esclavizar tanto como el hijo que se desea tener o la carrera que se decide estudiar. Al objetor de conciencia se le pide que justifique los motivos políticos o religiosos de su rechazo, cuando en realidad el "no quiero" ya es de por sí una objeción.
En plena época nuclear pocas personas deben creer seriamente que tener a los jóvenes en contra de su voluntad durante un año haciendo guardias con fusiles viejos sea un buen método de defensa.
(Fernando Savater, "EL PAIS" 25 de octubre de 1989)
La precampaña electoral y en cierta forma la campaña misma de estos comicios tienen como principal novedad al inclusión de ofertas de los partidos sobre dos temas hacsta hace poco tabú: la supresión de la mili obligaroria y la despenalización de las drogas. Es evidente que las dos demandas se han ganado su puesto al solo político empujando desde abajo, es decir, que provienen de la exigencia pública y no de la genialidad de ningún líder. Lo bonito del asunto estriba en que no son dos temas ideológicos, y por tanto perturban por igual a los doctrinarios de la izquierda y de la derecha. Indican cuál es el tipo de luchas políticas que van a darse de ahora en adelante, una vez finiquitadas por general abandono las monsergas milenaristas del marxismo y convencida la gente menos beata de lo que cuenta hoy es impedir la coliectivización moral del socioliberalismo. Por supuesto, no faltan quienes protestan porque se les dé primacía a estas cuestiones, arguyendo que hay problemas más importantes, ya que el servicio m
ilirtar y la droga sólo afectan directamente a una minoría de ciudadanos. Es la postura defensiva de los raccionarios de todas las épocas: cuiando se reivindica un cambio estructural se amparan en la magnitud del asunto ("no comencemos la casa por el tejado"), y cuando se pide una transformación puntual se descarta por nimia ("parece mentira que me venga usted con tales caprichos"). En los casos de la supresión de la mili obligatoria y de la despenalización de las drogas se emplean conjuntamente ambos argumentos, a falta de uno: se trata de pequeñeces, y, además son imposibles. Bueno pues no se trata ni de minucias ni de imposibilidades, y conviene insistir en ello.
Por el contrario, ambas demandas tienen mucho que ver con la ampliación y conquista de libertades personales, proyecto individualista que presenta las posibilidades más atendibles de modificar para mejor lo comunal. En un principio los dos temas se han planteado al modo de regeneracionismo colectivo, único lenguaje permitido hasta hace poco para formular exigencias políticas. De tal manera que oponerse a la milicia obligatoria ha pasado por hacer declaraciones contra la violencia instituida, los gastos de armamento, la humillación del recluta y la amenaza nuclear, cuando no a profesar urbi et orbi convicciones religiosas antisanguinarias; y solicitar la despenalización de las drogas ha requerido reducir la argumentación a que se trata del mejor modo de acabar con el gangsterismo de las mafias y con las muertes por sobredosis o adulteración. Naturlamente, todas estas razones son muy atendibles y de sobra convicentra. pero oscurecen un tanto lo más positivamente subversivo de estos asuntos: el rechazo activo y
político de que el unanimismo estatista se imponga por encima de la opción individual. Por fortuna, ahora ya hay cada vez más objetores de conciencia (es decir, personas que no quieren hacer la mili, ni lo que sustituye a la mili, ni lo que sustituye a lo que sustituye, etcétera) que no se enredan demasiado hablando de pacifismo ni de gastos militares, sino que - a este respecto - se limitan a dejar claro: que sea bueno, malo o regular el que haya ejércitos, ellos no quieren dedicar ni un año, ni tres mesesm ni tres días de su vida a formar parte de ninguno y que niegan al Estado el derecho a imponer semejante servidumbre arcaica. Ojalá printo tambiébn en el terreno del antiprohibicionismo de drogas empiecen a abundar quienes afirmen que las drogas - más allá de mafias y suicidas - son una de las posibilidades gratificantes, y por tanto uno de los derechos de los hombres del siglo XX, así como la información desprejuiciada sobre sus efectos, el control de su pureza y el equilóibrio de mercado de su precio.
El fondo del problema es, como casi siempre, el de si se troma en serio o no la libertad de elección de los individuos. El tipo de sistema político en el que afortunadamente vivimos se basa en que nadie sabe mejor que cada cual lo que le conviene y que es a cada cual a quien hay que asegurarle el ejercicio de la libertad (por medio de la enseñanza, la igualación de oportunidades económicas de partida, el derecho de expresión e información) y exigirle la responsabilidad (jurídica, política y social) de sus acciones de alcance público. Pero los Estados que, desafortunadamente, se han instituido a partir de tal sistema subvencionan en nombre de posibles beneficios colectivos la renuncia al ejercicio de esa libertad y en numerosas ocasiones pla imponen en nombre de los principios sagrados de orden patriótico o moral. Así en los casos que nos ocupan. Cuando conviene (casi siempre en ocasiones relacionadas con las transacciones bancarias o convocatoria electorales) el individuo es plenamente libre, por pobre, ana
lfabeto o anciano que sea; para iotras cosas (drogas, servicio militar, aborto, etcétera) a todo el mundo se le trata como si fuera menor de edad o paralítico mental irrecuperable.
Si alguien dice que la mili debe ser voluntaria es un elitista, porque de tal modo está procurando que al Ejército no vayan más que los hijos de las familias humildes, que son los más necesitados de empleo; la despenalización de la droga es elitista poque sólo fuincionaría bien para intelectuales, pero los jóvenes parados o la gente sin instrucción caerían como moscas si se aprobara tal medida. Según ese razonamiento, lo menos elitista sería prohibir el voto a cuantos por estrechez económica, analfabetismo o pocas luces van a votar a cualquier sinvergüenza que les pongan delante. Quizá también haya que impedir votar a las mujeres, que son demasiado emotivas, y a los ateos, que como no respetan lo más sagrados son capaces de cualquier delonía.... En fin, que como toda libertad es condicionada («y condicionante!: las drogas que elijo tomar pueden esclavizarme tanto como el hijo que quiero tener o la carrera que decido estudiar) lo mejor es dejar al Estado la decisión de cuándo tiene que tratarnos como libres y
cuando no.
Los demócratas americanos que critican las medidas totalitarias tomadas por el presidente Bush en el tema de las drogas dicen que lo que hay que hacer es combatir las razones que llevan a la gente a consumirlas: y si la razón principal de la mayoría es que quieren tomarlas? Habrá que luchar también contra esa voluntad hasta que quieran lo que Bush dice que tienen que querer?
Se exige a lo sobjetores de conciencia que justifiquen por razones religiosas, políticas o lo que fuere su rechazo a la obligación militar, como si hubiera otra objeción de concienci más básica y convincente que la fundamental de todas: no quiero.
Debe haber pèocas personas que crean seriamente que tener duirante más de un año y contra su voluntad ala mayoría de los hóvenes de un país haciendo guardias con fusiles viejos es el mejor método de defensa en la época de los misiles. Y aún menos seràn los que opinen que la ascética del uniforme, màs dada a imponer la obediencia ciega que a fomentar la capacidad de decidir por uo mismo y argumentar la propia opción sea la vía regia para tomar conciencia ciudadana en un Estado moderno. De aquí los argumentos tan pintorescos que se inventan para sustentar el servicio militar obligatorio. Cierto general afirma que un ejército profesional sería cosa de "mercenarios". para empezar, los mercenarios son quienes sirven por un sueldo en una milicia extranjera, lo cual no es el caso. Pero si lo que se pretende decir es que memercenario es el que cobra por lo que hace, entonces aquí todos somos mercenarios, empezando por el general en cuestión. Por qué no propone entonces que se suprima el sueldo a todos los militare
s que hoy lo cobran si tanto le repugna el mercenariazgo? Narcías Serra proclama que el servicio militar obligatorio es una conquista de la Revolución Francesa y que por tanto sería reaccioneario renunciar a él. Hombre, si camos a eso, la primera conquista de dicha revolución fue guillotinar a los reyes; y, francamente, no me imagino al jacobino Serra con el hacha al hombro camino de la Zarzuela para cobarse la parte que le corresponde de la herencia del bicentenario. De modo que menos lobos o a empezar por dode se debe...
Sería precisa una reforma constitucional para pasar del servicio militar obligariori al profesional?. Si no me equivoco, lo que la Constitución dice es que todos los españoles tenemos la obligación de contribuir a la defensa de la patria. Supongo que pagar los impuestos de los que provendràan los fondos para gastos militares es ya una indudable contribución. Admeàs, a la patria no sólo se la defiende militarmente. no?. Impedir que la libertad de los ciudadanos se vea sometida por el Estado a una prestación personal obligatoria ya es contribuir eficazmente a la defensa de lo mejor de la patria: de modo que habà que tener a los objetores de conciencia por héroes (y a menudo màrtires) del precepto constitucional. Por cierto, poco después de las elecciones comenzaràn los juicios contra objetores insumisos que se niegan también al servicio sustitutorio al de armas. Se arriesgan a penas serias de càrcel por mero delito de coherencia: no deberían comprometerse de algún modo con ellos los partidos que se dicen pr
ogresistas? No deberíamos comprometernos con ellos los ciudadanos partidarios de un servicio militar profesional? Lo único imposible es avanzar si no se atreve nadie a dar el primer paso.
En cuanto al tema de la despenalización de las drogas, lo contundente de la argumentación a favro lo confirman los juegos malabares que tienen que hacer con la dialéctica quienes se opnen a ella. Por ejemplo, Javier Tusell despachando en estas mismas pàginas en cuanto historiados los tres volúmenes e la Historia de las drogas, de Escohotado, como una visión maniquea a lo Indiana Jones. supongo que se trata de un rasgo de humor destinado a entretener al personal mientras se documenta a fondo sobre un tema que ignora; esperemos que acabe pronto sus estudios y nos dé algún motivo para el debate tan bueno como el que ahora nos ha dado para reír. O el propio Felipe Gonzàlez hablando de los imposible de la legalización en un solo país, como si alguien hubiese propuesto sin màs cosa semejante. lo que se pide, repitàmoslo por enésima vez, es la aceptación política de que el uso de las drogas, hoy satanizadas, debe ser despenalizado, y el compromiso de iniciar un debate internacional en este sentido. De nuevo, lo úni
co imposible es avanzar sin dar ni un paso o retrocediendo. Y es que la cuestión estriba en cómo tomarse eficazmente las libertade. Las elecciones democràticas estn para que los ciudadanos se tomen libertades con y por medio de los políticos, no para que legitimen a los políticos que han decidido tomarse libertades con los ciudadanos.