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Gómez Buendía Hernando - 12 novembre 1989
Cuál es la guerra?
de Hernando Gómez Buendía

publicado el 12 de noviembre de 1989 por "Lecturas Dominicales"- EL TIEMPO (Colombia).

SUMARIO: El director del instituto de Estudios Liberales y economista intenta ordenar los complejos y conflictivos elementos que están en juego en la "guerra" declarada por el gobierno al narcotráfico desde agosto, sobre cuya duración, modalidad, término, enemigos, aliados y otros etcéteras se expresan no pocos interrogantes.

"Esta guerra la peleará Francia

hasta el último soldado británico".

(Sir Robert Vanisittart, julio de 1940)

Recepción de comandante aliado en la Casa Blanca y ovación en la ONU; pero reticencias y críticas sordas en Colombia. Editoriales que aplauden la guerra; pero cócteles y tertulias donde se habla de paz. Lo primero significa que la guerra se está internacionalizando. Lo segundo, que el frente doméstico no es nada sólido. Ambos, que hay un poderoso e influyente "enemigo interno" contra quien deben aliarse el gobierno y la comunidad mundiales, abanderada por Estados Unidos. Aguas son estas de altísima peligrosidad para Colombia, especialmente cuando la tripulación está aturdida y dividida.

Hay que recuperar la lucidez. Comenzar la guerra por derrotar el miedo, el dogma y el autointerés. No caer en la trampa del chovinismo. Ni en la del oportunismo. Ni tampoco en la del moralismo. Para eso tiene que abrirse la discusión pública, seria y serena sobre quién es el enemigo y sobre cuáles son los intereses vitales de Colombia en estas guerras. Porque - y aquí comienza la confusión - no es una sino que son varias las guerras de la droga. Con distintos escenarios. Con distintos protagonistas y distintas coaliciones. Con distintas armas. Con distintas estrategias y distintas definiciones de la "victoria".

Guerras de USA

La cocaína es apenas una entre las muchas "sustancias químicas prohibidas por la ley que modifican la actividad mental del ser humano". Este simple hecho - más que un 70 por ciento de los adictos mezclen o "migren" de una a otra droga", según el precio y la moda - muestra cómo el problema tiene su raíz última en los factores socioculturales que crean demanda por este tipo de sustancia, no en que determinado país exporte una droga determinada. Lo dijo Donald Hamilton, asesor principal de la DEA, el pasado 30 de septiembre: "Incluso si cerramos nuestras frontereas mañana para impedir que el contrabando de narcóticos, la adición nos seguirá carcomiendo mediante sintéticos fabricados en Estados Unidos".

La primera de las guerras es pues contra el uso mismo de la droga. Sus protagonistas son alrededor de 40 millones de consumidores en el mundo industrializado, los jóvenes y los niños expuestos al vicio, los 12 países que - según el Narcotics Board de Naciones Unidas - dependen de la "narcoeconomía", las otras 27 naciones del Tercer Mundo que tienen "participación sustancial" en el tráfico, los cientos de laboratorios que operan en Estados Unidos y Europa, muchos de los 20 millones de personas que según Guttman - viven de la "economía subterránea" en USA, en fin, los financistas que se lucran de una industria estimada en los 300 - 500 mil millones de dólares al año (tanto como el 2 - 3 por ciento del producto mundial bruto).

Esta primera guerra nace de la desorganización social y de la presión cultural por sicoactivos, respaldadas por una alta capacidad de compra: Con 8 veces la población de Colombia, los Estados Unidos son un mercado 126 veces mayor que el colombiano, o un 23 por ciento del mercado mundial. Desorganizadción social: 4 de cada 10 niños estadounidenses crecen en hogares sin padre, unos 27 millones de personas padecen de pobreza extrema, el desempleo de los negros llega hasta el 19 por ciento en algunas ciudades... Presión cultural: Individualismo hipercompetitivo, contraste entre la riqueza como definición del éxito y de la desesperanza económica en el ghetto, respeto profundo por la libertad y la privacidad como barrera a la eficaz represión del consumo.

Así, la primera guerra se gana o se pierde en los hogares, en las escuelas, en el ethos cultural de los países consumidores. Es una guerra de muy larga duración: viene desde 1851 - cuando el Estado de Maine prohibió el alcohol - o desde 1909 - cuando Estados Unidos convocó la primera conferencia internacional contra el opio-. Es una guerra intermitente, con momentos de intensificación (cada dos décadas aproximadamente) y con momentos de olvido y aun de tolerancia (Carter y Ford en los 70, Kennedy en los 60). Es, sobre todo, una guerra ambigua, porque toca las más profundas ambivalencias de la civilización postindustrial.

La segunda guerra no es contra la droga, sino contra el crimen asociado con ella. Esta, no la primera, es la que moviliza efectivamente la opinión y la que explica los agresivos programas del gobierno norteamericano. Lo dice el propio Comisionado de Aduana William von Raab: "El pánico actual de este país se origina en el incremento de los crímenes y muertes relacionados con la droga". Los protagonistas de esta guerra son subconjuntos de la primera: los traficantes (definidos como delincuentes) más que los consumidores (definidos como enfermos); los adictos ("peligrosos") más que los "usuarios ocasionales" (tolerados y hasta "in"); el "pusher", mucho más que el banquero... Casi cien mil muertes violentas cada año, seis y medio millones de adictos graves, la población carcelaria triplicada desde 1970, el espectáculo horrendo de bebés deformes, madres vendiendo sus hijos para comprar crack, niños que ofrecen PCP en las calles de Nueva York o Detroit ... son argumentos irrefutables para empeñarse a fondo en esta

guerra.

Una manera de ganar la guerra contra el crimen es, por supuesto, ganar la guerra - larga, intermitente, ambigua - contra la droga. La otra manera es discriminalizarla o "legalizarla". A lo cual se oponen el gobierno, el 74 por ciento de los norteamericanos encuestados en fecha reciente y aquellos analistas para quienes legalizar elevaría sustancialmente el consumo. Pero lo cual apoyan algunos políticos (el alcalde de Baltimore, por ejemplo) y la mayoría de los historiadores (saben que el vicio no se extirpa, sino que se cambia con las épocas) de los economistas (saben que la represión solo eleva las ganancias ilícitas) y de los sociólogos (saben que la droga es fruto más bien que causa de desorganización social).

Por supuesto, la legalización como salida eventual de la guerra contra el crimen solo sería eficaz si es adoptada por los países consumidores. Lo cual no implica que Colombia deba sustraerse a un debate que tanto la afecta, o que en su política internacional pueda ignorar, sin más, la diversidad de opiniones en esos países. Primero, porque quien disiente no es la franja lunática sono conservadores tal respetables como Miltron Friedman, William Buckley o la revista The Econimist. Segundo, porque el dilema prohibición-legalización es menos tajante de lo que parece. Existen zonas grises, como la semilegal marihuana, la metadona recetada, o la "dosis personal". Existen sobre todo, versiones muy distintas del prohibicionismo y la legalización: de la completa libertad de mercado al monopolio estatal, de la legalización "médica" para adictos a la legalización "cultural" para todos, el rechazo radical a toda "intromisión del estado en la vida privada" a la exigencia de cárcel para cualquier consumidor.

En todo caso, la droga sigue siendo ilegal y Estados Unidos sigue en guerra contra el crimen. El presidente Bush - como cada uno de sus antecesores desde Johnson - la declaró el pasado 5 de septiembre. Solicitó del Congreso un presupuesto de 7.900 millones de dólares (23 por ciento mayor que el actual) destinados, en su orden, a la represión del consumo, el contro de fronteras, el tratamiento de adictos, las campañas educativas y la asistencia a terceros países. A este "Plan Benett" se le abonan el más explícito reconocimiento de la demanda como determinante principal del problema y el esfuerzo por coordinar las incongruencias políticas de las 22 agencias federales que trabajan en el área. Pero el partido demócrata y la prensa han señalado la falta de "fueza e imaginación" al combatir lo que el propio Bush llamó "el principal enemigo de los Estados Unidos". Poca fuerza es dedicar a la "guerra" un presupuesto 50 veces menor que el gasto militar o financiar la "escalada" con recortes al por menor en vez de ado

ptar impuestos bélicos. Poca imaginación es insitir en las mismas terapias que han venido fallando a lo largo de 20 años. Y fallan porque, como hace tiempo concluyó la criminología, "el único policía verdaderamente capaz de reducir el crimen es el policía internalizado mediante la cultura" (H.E. Pepinski).

Aunque el plan Benett estaba preparando tiempo atrás, la tragedia de agosto en Colombia avivó el interés sobre la dimensión internacional del problema. La sentida voz de solidaridad con el presidente Barco y la oferta de ayuda económica a Colombia, Perú y Bolivia, fueron los dos mensajes del presidente Bush el 5 de septiembre. Pero también aquí hubo críticas serias. Primera, aunque la cocaína y el crack son las muy nocivas drogas de moda, fue notorio el silencio sobre la heroína (porque proviene de países menos "seguros", como Birmania, Afganistán y Laos) y las anfetaminas (producidas en casa). Segunda, los 261 millones de ayuda externa - 3.3 por ciento del total - son demasiado dinero si se trata de intervenir en países amigos pero son demasiado poco dinero si se trata de un esfuerzo de guerra aliado (al estilo OTAN).

Guerras de Colombia

Según cuál año se tome y cuál fuente se consulte, a Colombia ingresan a penas entre 0.5 y 7 de cada mil dólares generados por la industria mundial de la droga. Porqué entonces somos una excepción entre los 41 países que participan del tráfico exportador? Se ofrecen cuatro explicaciones:

- El gran peso interno nuestro de la narcoeconomía que, según algunos sognifica el 35 por ciento de las divisas, el 23 por ciento del PIB y el 3 por ciento del empleo. La mayoría de los estudios reportan sin embargo cifras muy inferiores (Fedesarrollo, por ejmplo, habla del 2 por ciento del PIB) y, en todo caso, ellas están lejos, de las de Bolivia y otros países.

- La penetración económica y la aceptación social del "dinero caliente" (factor que subrayan los analistas estadounidenses). Ello es cierto y fue más cierto aun en tiempos de la "bonanza marimbera" y de la "narcobeneficencia"; pero no es exclusivo de Colombia sino que comienza por la propia banca internacional.

- Más característico es el papel estratégico de los carteles colombianos en el refinamiento, exportación y mayoreo de cocaína en Estados Unidos, lo cual hace al país altamente visible en el contexto mundial.

- Pero el rasgo verdaderamente excepcional del narcotráfico en Colombia es la intensidad de su violencia y, más aún, el enfocarla contra funcionarios y figuras políticas de primera magnitud. Por eso, antes que contra la droga o contra el crimen que rodea su consumo, la guerra que sufren y apoyan los colombianos es la guerra contra la violencia del narcotráfico. Guerra, porque, también aquí, son varias:

Primera, la guerra de los narcos contra la justicia penal. Sus protagonistas: delincuentes, jueces y policías. Sus motivos: la aplicación de la ley a delitos ordinarios o atroces asociados con el tráfico (incluida, pero no reducida, a la extradición). Sus víctimas: 7 magistrados, 41 jueces y más de 200 investigadores o auxiliares, desde 1979. Su tipo: violencia de intimidación contra el poder judicial.

Segunda, la guerra entre los narcos convertidos en terratenientes y la izquierda política. Sus protagonistas principales: la Unión Patriótica y los paramilitares. Sus motivos: desde los enfrentamientos con las Farc a raíz del "impuesto" a la coca, hasta la "cruzada" anticomunista. Sus víctimas: Jaime Pardo Leal, 849 activistas de la UP, periodistas y dirigentes sencillamente demócratas. Su tipo: violencia política contra la izquierda.

Tercera, la guerra entre un sector narco y un sector de la élite tradicional. Sus protagonistas esenciales: el cartel de Medellín y el Nuevo liberalismo. Sus motivos: la infiltración del narcodinero en la política (debates del ministro Lara, Pablo Escobar expulsado del galanismo ...) y la extradición (caso Botero). Sus víctimas: de Rodrigo Lara a Guillermo Cano, de Enrique Parejo a Luis Carlos Galán. Su tipo: violencia política contra la élite.

Hay, además, las guerras locales de Medellín o de Muzo, donde el dinero y los métodos de la mafia se acaballaron sobre viejas patologías - la sin salida económica de Antioquia, las esmeraldas - para magnificar violencias de tipo social. Hay la narcoviolencia guerrillera, desde y contra distintos movimientos insurgentes. Y hay la violencia intestina de un cartel contra otro.

Guerras que interactúan y hasta se confunden a veces. Pero guerras distintas. Porque el grado de interés, la dirección y el compromiso de partidos y candidatos, de sectores económicos y opinión pública, de carteles y fuerzas de seguridad, de gobierno y poderes extranjeros, varían de uno a otro contexto.

Sangre, sudor, lágrimas ... equivocaciones

El magnicidio del 18 de agosto fue el golpe quizá más estremecedor que haya recibido Colombia en su trágica historia de los últimos años. Tanto, que una reacción menos inmediata o menos dramática por parte del presidente hubiera sido inaceptable ante la indiganada opinión nacional. Pero esa reacción dejó flotando cinco indefiniciones críticas: a) Se trata de una guerra o de una operación policiva? b) Cuál es su preciso objetivo estratégico? c) Es un conflicto nacional o una guerra mundial? d) Quién es el enemigo interno? e) Qué se hizo la clase dirigente?

a) Guerra u operación policiva? La guerra se da entre naciones soberanas o entre un gobierno y un ejército que busca sustituirlo. Descubrir y capturar delincuentes - así sean magnicidas y sean poderosos - es en cambio una operación de policía. Pero, seguramente para subrayar la solemnidad de su empeño, el presidente Barco declaró la "guerra" delante de Colombia y delante de 158 países en la ONU. Con ello hemos quedado atrapados en el malentendido de dos lenguajes y dos lógicas, entre unos fines de guerra y unos medios de policía. Malentendido que tiene serias implicaciones.

- Unas políticas. Para castigar criminales, el presidente no tiene porqué apelar a nadie distinto de sus subalternos, con funciones de policía. La guerra en cambio es asumida por el Estado en pleno - Congreso, Corte y Gobierno - replantea las relaciones entre gobierno y oposición ( dónde están el conservatismo, sus precandidatos, la UP?) y suele dar paso a un "gabinete de guerra" (no a la rotación entre funcionarios).

- Otras jurídicas, que tocan la colaboración entre el DAS (policía) y las Fuerzas Armadas (guerra), y tocan la constitucionalidad o no de instrumentos como la confiscación (guerra) o decomiso (policía).

- Otras, internacionales. Los operativos de policía necesitan de cooperación técnica entre las agencias especializadas y de apoyo logístico para capturar los delincuentes. La guerra supone diálogo político-militar en la cumbre, colaboración económica y diplomática a nivel global.

b) Cuál es nuestro objetivo estratégico? Los hechos de agosto llevaron a su clímax dos de las "guerras" de la droga en Colombia, las desatadas contra el poder judicial (el magistrado Valencia, el coronel Quintero) y contra la élite política (el gobernador Betancur, el senador Galán). La metáfora de "guerra" - y la discordancia entre voces oficiales - han impedido precisar, sin embargo, en cuál o cuáles de las "guerras" estamos empeñados, y cuál o cuales son en consecuencia sus objetivos estratégicos.

1. Se trata de simbolizar el dolor y la ira de Colombia? Porque los símbolos son tan esenciales como los hechos. Y porque, infortunadamente, no pasaron del plano simbólico las "guerras" por Rodrigo Lara y por Jaime Pardo, por Carlos Mauro Hoyos y por Guillermo Cano.

2. Se trata vengar el magnicidio? ( y dónde pararía la cadena de retaliaciones?) De capturar a sus autores intelectuales? De apresar los jefes de uno o de todos los carteles? ( quiénes?, antes de cuándo?).

3. Se trata de imponer límites infranqueables a la acción de la mafia, como sucedió en los propios Estados Unidos (donde no asesinan jueces) y aun en México, en Francia y hasta En Turquía, en Japón y hasta en Italia o en la China del Kuomitang?

4. Se trata de eliminar la violencia del narcotráfico como una modalidad exasperante - pero no única - de la violencia, según insinuó en la "Iniciativa para la Paz" el presidente Barco?

5. Se trata de impedir que los "barones" de la droga residan en Colombia? ( durante cuánto tiempo?), De qué otras mafias desplacen a los colombianos? De destruir su infraestructura - cultivos, laboratorios, comercialización, lavado, toda ella? De que la industria se traslade a otros países?

6. O, en fin, se trata de contribuir a la guerra que los países consumidores libran contra el crimen en sus calles, tal vez a su guerra contra la droga misma?

No puede haber victoria si no es claro el objetivo. Máxime cuando esta guerra tiene peculiaridades que tanto la dificultan: la muy profunda infiltración del enemigo; el desbalance entre armas regulares y contra-armas de corrupción; la asimetría entre unos pocos y bien escondidos blancos que atacar, y muchos blancos dispersos que defender; un 23 por ciento del pie de fuerza comprometido en la mera vigilancia de los bienes incautados; la amenaza latente de la guerrilla...

Se dirá que la guerra contra la droga tiene que ser radical e indiscriminada. Pero entonces habríamos de contestar por qué no la habíamos declarado desde hace tiempo. O se dirá que precisar el objetivo estratégico es competencia privada del comandante. Pero en una democracia los ciudadanos tienen el derecho de saber hacia dónde van y si están avanzando o retrocediendo.

c) Guerra local o guerra internacional? Primero fue el revivir la extradición, cuando en ella parecía estar jurídicamente enterrada y cuando el magnicida es quizás el único delincuente que un país no puede entregar. Luego fue el viaje de la ministra de Greiff y la imagen, centruplicada ante el mundo, de una Colombia donde los buenos son débiles y necesitan apoyo contra los malos. El presidente Bush añadió siete referencias públicas de aplauso al "corajudo" presidente Barco. Vinieron los 65 millones de dólares en equipo. Se cruzaron cartas para resucitar el Pacto Cafetero, y Estados Unidos agregó el tema de las preferencias comerciales. Se "filtró" una lista de parlamentarios con visa denegada. El presidente de Colombia fue recibido con honores en la Casa Blanca, aclamado en la ONU, declarado estadista del año.

La guerra se ha internacionalizado. No hay que tener el ideologismo simplón de algunos columnistas, o la suspicacia de los presidentes Pastrana y Betancur, para tener que preocuparse por eso. Es tan simple como lo anotó el primer misnistro canadiense Pierre Trudeau: "Meterse con los Estados Unidos es compartir la cama con un elefante". Quien entra en esa cama - sea Israel o Polonia, Japón o Nicaragua - tiene que jugar según la regla básica: En Estados Unidos la política internacional es política doméstica, donde no basta la simpatía de unos funcionarios (tampoco su antipatía) si ella es contradicha o si ella se enreda en la formidable complejidad sociopolítica del primer país del mundo. Con apuestas tan altas como las que se cruzan en las guerras internas de la droga en Estados Unidos, con el Tío Sam respirando tan cerca de nuestros hombros, la identificación de nuestros intereses vitales como nación y los espacios de maniobra para luchar nuestras guerras según nuestro porpio orden de prioridades, han quedad

o muy seriamente comprometidos.

Ante la internacionalización queda la urgencia de replantear nuestro proyecto geopolítico, nuestra inserción en la "guerra mundial" declarada desde Colombia. Podemos mantener el enfoque bilateral, que hemos utilizado en el caso de la deuda y qué prefieren los Estados Unidos? O necesitamos de agresivos proyectos multilaterales en el caso de la droga? Debemos (y podemos) buscar el estatus de aliado, con sus grandes ventajas y sus grandes riesgos? O nos conviene mantener los entendimientos y las distancias?

d) Quién es el enemigo? Junto con la internacionalización, se ha ido ampliando la definición del "enemigo interno". De "magnicida" se pasó a "narcotraficante", luego a político o periodista presuntamente "untado", a vendedor de una finca o un cuadro, y hasta crítico de la extradición o de la confiscación. A tal punto, que el Consejo de Seguridad tuvo que emitir un oblícuo comunicado donde se presentan las denuncias como tácticas divisionistas del "verdadero" enemigo.

Pero sigue flotando la indefinición. Y se agrava la polarización, obligándonos a tomar partido, no de lado y lado de la violencia sino de lado y lado de la droga (sobre la cual ignoramos casi todo). Consagrando como único discurso moralmente válido el de la guerra total; y obligando a que los implicados por insinuación, se refugien en el único discurso que puede hacer frente público al moralismo: el discurso antiimperialista. Hasta encajarnos a todos en el dilema absurdo y trágico de estar "con la moral pero con el imperio", o estar "con la patria pero con el crimen".

e) Dónde está la clase dirigente? Igual que la nobleza de Francia, que "usufructuó la paz y se escondió en la guerra", la clase dirigente de Colombia ha dejado de dirigir. Como nunca antes, el discurso público se ha ido apartando de la conversación privada. Y el presidente se ha ido quedando solo, sin la unanimidad siquiera de su gabinete; solo con el discurso distante que es el aplauso de los organismos y gobiernos extranjeros.

Los gremios, los directorios políticos, los candidatos presidenciales, repiten mientras tanto fórmulas rituales o, mucho más, se escabullen en evasivas y en silencios. Temen el apelativo "deshonesto" o de "derrotista" - tan fácil en un clima de histeria pero también - y con razón - por su propia vida. Conscientes de las distancias entre la palabra oficial y sentimiento privado, no atinan a saber dónde está la opinión para poder complacerla. Intuyen que aun una propuesta desprevenida puede arrastrarlos a coaliciones insospechadas, en un país donde todas las controversias quedaron de pronto reducidas a la posición que se tenga frente a la droga. Quedaron aturdidos en el momento más difícil de Colombia.

Es una ética política lo que está en crisis. La ética de responder a los desafíos públicos con las convicciones privadas de los gobernantes. La ética de reaccionar según la última crisis o el próximo voto, no según esa "idea eterna" de que hablaba de Gaulle y que es el hilo histórico de una nación. La ética que salta del dogmatismo inmóvil a la compulsión inútil. La ética de las intenciones, válida en la vida privada, en vez de la ética e los resultados, obligatoria cuando se tienen responsabilidades colectivas: esta otra ética que había de fundarse en la reflexión sobre lo que cada episodio de violencia dice sobre nosotros mismos, sobre las instituciones que hemos creado para regular nuestras vidas, sobre el lugar que ocupamos y que soñamos ocupar en el mundo.

 
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