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Negri Giovanni - 14 novembre 1989
EL SUEÑO DE LA DEMOCRACIA
de Giovanni Negri

En un artículo reciente, Gianni Vattimi analiza, de modo agradablemente inédito, la imaginación colectiva suscitada por la revolución del Este en nosotros los "occidentales".

El final de la guerra fría, la caída de muros y cadenas, el reconocimiento de la superioridad del modelo democrático nos proporcionan serenidad y seguridad. Pero la curiosidad y la expectativa se hallan en otro lugar, en el aturdimiento por la rapidez y las dimensiones del cambio de esas sociedades con respecto a las degeneraciones y a los status quo de nuestras sociedades "democráticas". Y, razonablemente, Vattimo concluye que "en realidad querríamos nosotros también, aquí en Occidente, ser capaces de cambiar radicalmente, de no dejar que la democracia se vaya apagando de forma indolora aunque no por ello menos inexorable, en el triunfo del cinismo, de la desconfianza y de la corrupción, aceptados como males menores... .

Así pues, si pensamos con tanta ansiedad y curiosidad en lo que puede surgir de los escombros del socialismo real es también porque, de manera más o menos consciente, nos sentimos más súbditos de "democracias reales" que protagonistas de democracias vivas.

Nos complace pensar que en Hungría o en la Urss, con mayor frescura e inocencia, se busque no algo que ya tenemos sino algo que a nosotros nos falta, a pesar de que el índice de bienestar y felicidad sea superior al de los países del Este.

Pero, precisamente, a partir de estos análisis nos viene como anillo al dedo la intuición transnacional de los radicales. Muy raramente, y no sin dificultad, consigue convertirse directamente en política (en el sentido de irrumpir en el duelo político con la fuerza de provocar la confrontación) pero define el marco indispensable de la nueva democracia, la dimensión fuera de la cual es imposible hallar una solución democrática a los problemas que no conocen fronteras nacionales.

En el mismo marco se ubican los difíciles intentos, los primeros pasos de una iniciativa no violenta que junto a Marco Pannella y a distintos compañeros del Este hemos puesto en marcha a lo largo de los últimos días, invitando a una reflexión más madura sobre la cuestión crucial del "poder de la información" y de su ejercicio.

No es una paradoja el hecho de que en Moscú y en Praga se hayan desarrollado manifestaciones ante las embajadas occidentales reivindicando derecho y libertades para la información, o por lo menos ya no resulta tan paradójico como celebrar una manifestación en Roma o en Bruselas por las libertades y los derechos civiles en los países del Este. Ni se trata de un contingente apoyo de pruebas difíciles electorales llevadas a cabo en Occidente en condiciones "ademócraticas", en las que resulta dudosa no sólo la gestión de la información sino el recuento de papeletas y votos. Con dichas manifestaciones, con la huelga de hambre no se pretendía tanto "protestar" contra censuras y discriminaciones por supuesto gravísimas, cuanto plantear - por fin desde el punto de vista político y no meramente academicista o abstracto - un problema que hay que afrontar desde una perspectiva transnacional, y por ende también en nuestros países.

Vivimos en democracias mutiladas y degradadas por la ausencia teórica y práctica del nuevo Estado de Derecho y del nuevo equilibrio de los poderes que efectivamente actúan en las sociedades contemporáneas. El esquema clásico de tripartición de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) ha sufrido la irrupción de un poder de los medios de comunicación que ha crecido con pujanza en este siglo, hasta el punto de ejercer paralelamente una función de fuerte condicionamiento de los demás poderes y de poderoso vehículo de control del consenimiento del pueblo.

Ni que decir tiene que no se trata de la única anomalía consistente de las democracias tradicionales, pero la armonía de la dialéctica democrática - prevista como fruto de un complejo sistema de control entre los poderes - actualmente está comprometida de forma aplastante por un poder de hecho no codificado y reglamentado.

Esto se aplica tanto en los países del Este como de Occidente, cada vez más válido en la sociedad de la comunicación y de la superposición de realidad e imágen, progresivamente objeto de investigación aunque no por ello proporcionalmente afrontado desde el punto de vista político y legislativo. Y sin embargo, ante nuestros ojos se producen cotidianamente toda suerte de desequilibrios y errores. La ausencia de garantías de tutela de la identidad de colectivos o particulares desembocan en la abolición de mayorías políticas y sociales, y, a menudo, en la demolición de la imagen sin posibilidad de rescatarla. Condenas, sanciones, correctivos, reajustes, instrumentos de control inexistentes o impracticables. Predomina la lógica del poder bruto y se hace camino una ética autoritaria, prohibicionista en el sentido más amplio de la palabra, mientras, desde el sufragio universal hasta el Parlamento, las instituciones democráticas pierden su valor y su papel. Se trata de una realidad ante la cual nos sentimos impotent

es. Tampoco damos por descontado que el Partido radical pueda ser la sede de la reflexión y de la acción de esta enmarañada "democracia real", ni que desde la perspectiva transnacional se consiga actuar eficazmente, ni que la iniciativa no violenta sea madura, articulada, colectiva y distinta a la que estamos acostumbrados o que respete la legalidad democrática que nuestras Constituciones solemnemente proclaman. En cualquier caso, reflexionar juntos y por separado no hace daño. Al igual que en otras muchas ocasiones, el puño radical podría zarandear a los demasiado demócratas "adormecidos", que se han abandonado a la abulia y a la inercia.

 
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