Roberto CicciomessereLas manifestaciones organizadas por los compañeros radicales soviéticos, checoslovacos, polacos y húngaros para reivindicar el derecho a la información por parte de los ciudadanos de los países "democráticos" occidentales, poseen un ingnificado y una importancia política que van mucho más allá de las acciones que se han desarrollado en Moscú, Praga, Varsovia y Budapest.
Por primera vez, se afirma en el Este un concepto extraño a la cultura política de nuestro tiempo, el debate internacional que se produce en la actualidad con motivo de la perestroika, incluso en el seno de los círculos más atentos a las reglas del Estado de derecho: el modelo de "democracia real" que cada vez más desemboca en el hundimiento de la democracia a secas, que corre el riesgo de convertirse en la única solución perseguida por las clases dirigentes del Este para gestionar la salida del "socialismo real". El afianzamiento de este modelo en el Este europeo sembrando desilusión, frustaría todas las esperanzas de auténtica libertad y de democracia que animan a la mayoría de las poblaciones oprimidas durante tanto tiempo por el totalitarismo.
Quien lucha por la democracia en el Este debe saber que el éxito de su batalla está estrechamente vinculado a la remodelación de las reglas democráticas en occidente; que no puede basárlo todo en el apoyo y la solidaridad de los demócratas occidentales, sino que debe contribuir, en la medida en que le sea posible, a sus luchas.
De lo contrario, correría el riesgo de unirse a aquellos que, en occidente, tachan de extremistas, o peor aún, de terroristas las posturas de quien denuncia la degradación de la democracia y la violación sistemática de sus reglas fundamentales.
Estas gentes bien de la democracia son los mismos que mientras denunciaban enardecidamente la violación de los derechos humanos en los países del Este, se guardaban muy bien de interrumpir el flujo de ayudas económicas y políticas que a lo largo de cuarenta años han permitido la sobrevivencia de los regímenes totalitarios del imperio soviético; los mismos que desde siempre han preferido la estabilidad de los regímenes del Este que la libertad y la democracia reivindicada por los pueblos; los mismos que no movieron ni un dedo cuando se produjeron las revueltas de las poblaciones húngaras, checoslovacas y polacas se sofocaban con la violencia de la policía o con las ruedas dentadas de los tanques soviéticos.
Las manifestaciones radicales de Moscú, Praga y Budapest, han metido el dedo en la llaga tocando una cuestión que prueba, tanto en Moscú como en Roma o Nueva York, la autenticidad o no de la democracia: el derecho a la información de los ciudadanos.
Cuando este derecho se pisotea o, tal y como sucede en Occidente, la información se manipula con los instrumentos más sofisticados, la democracia se convierte en una realidad sólo formal.
La situación se agrava cuando los medios de comunicación invaden, con la televisión, la casa, la vida privada, la conciencia misma de todo ciudadano, cuando la política se convierte, para los dueños de la información, en una mercancía para comprar y vendérsela al mejor comprador.
Si la esencia de la democracia es la continua contradicción entre los intereses contrastantes y entre los grupos políticos que los representan, con los medios de comunicación de masas dicha confrontación se traslada de las sedes institucionales, de los parlamentos, a los grandes medios de comunicación y en especial a la televisión.
Ya no es el Parlamento el que provoca la caída de un gobierno o el que determina las elecciones políticas, sino que son los grandes potentados de la información y la economía los que pilotean el consentimiento, el disentimiento, los escándalos y promueven o anulan hombres políticos y partidos.
No es una casualidad que la información sobre las sedes de la contradicción formal, sobre los debates parlamentarios, se haya convertido en algo marginal con respecto al gran espectáculo de la política televisiva.
El cuarto poder, ha conquistado con la difusión de la televisión un rol y un peso que no había conocido en el pasado.
Actualmente, la conquista del derecho a votar libremente, a presentar listas, a elegir un Parlmento soberano no significa de por sí, ni en el Este ni en el mundo occidental, la conquista de la democracia.
Hoy en día, el afianzamiento de una democracia madura pasa a través de la reglamentación del cuarto poder, así como antaño se basaba en la repartición precisa de los poderes entre el Gobierno, el Parlamento y la Magistratura.
Sin reglas precisas que garanticen sobre todo el derecho de los ciudadanos a una información "contradictoria", correcta, imparcial, abierta a las distintas tendencias culturales y políticas; sin leyes que tutelen la colectividad para mantenerla a salvo de los intentos de manipulación de la información y que garanticen el derecho a la imagen y a la identidad del ciudadano de a pie, la democracia corre el riesgo de no ser más que el aspecto más aceptable del mismo totalitarismo.
Y esta es un lucha difícil, contra corriente, que resultará incomprensible incluso a muchos de nuestros compañeros de lucha que a menudo infravaloran la importancia estructural en la democracia del derecho a la información.
Pero no somos el Partido Radical para hacer cosas banales, para seguir modas que se pasan en una estación política.
Es por ello que Marco Pannella, Giovanni Negri y Luigi Del Gatto han considerado pertinente utilizar el instrumento de la lucha no violenta, la huelga de hambre, para afirmar el derecho de todos a la información.
Hemos de saber que la jugada es difícil y alto será el precio que tendremos que pagar para conquistarla.
Ese es el motivo por el que Marco Pannella ha presentado su dimisión como diputado en Italia.
Ese es el motivo por el que pequeñas y pobres manifestaciones de Moscú, de Praga, Varsovia y Budapest pueden convertirse en la razón y la fuerza del Partido Radical Transnacional.