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Stanzani Sergio - 20 febbraio 1990
Nacionalismo y democracia
de Sergio Stanzani

SUMARIO: La reivindicación de la identidad nacional es el instrumento con el que los pueblos del Este oprimido por la dictadura soviética reivindican la plena democracia. Pero cuando coincide con la petición de autonomía estatal, al margen de un proyecto federativo, corre el riesgo de hacer que naufragien las legítimas aspiraciones de desarrollo. El autor habla de la necesidad de acelerar los tiempos para ampliar la comunidad europea a los países del este europeo, y de la urgencia de reforzar el Partido radical en Yugoslavia para que se puedan expresar cabalmente posiciones políticas auténticamente federalistas y democráticas.

(Artículo publicado en "Vjesnik" - periódico de la Liga comunista yugoslava - 20 de febrero de 1990)

Una cosa está clara: el nacionalismo es actualmente el vehículo a través del cual se intentan consolidar, no sólo en Yugoslavia, sino en los países del ex-imperio soviético, los legítimos impulsos para alcanzar la plena democracia política, ante la liberación de los aparatos centrales opresivos y burocráticos. En los lugares en los que no se ha conseguido imprimir una aceleración significativa y satisfactoria al proceso de democratización del Estado federal, la demanda de autonomía política total e incluso la secesión se ha presentado como la vía natural y más directa para lograr la edificación de instituciones democráticas pluralistas. Sucede en los países bálticos, sucede en Yugoslavia.

Con ello no quiero infravalorar las legítimas aspiraciones de celar por la cultura, la historia, las tradiciones y las lenguas de las distintas nacionalidades. Simplemente quisiera subrayar que la tutela de dichos valores se expresa forzosamente a través de la demanda de autonomía estatal sólo cuando no parecen factibles otras alternativas.

Pues bien, sin miedo a ir contra corriente, debo afirmar con claridad que este impulso, el nacionalismo, me parece una tentación y un error gravísimo que todos los demócratas tienen que intentar contrastar y corregir sobre todo sabiendo proponer otros recorridos que garanticen de manera más eficaz la tutela de los valores que inspiran dichos impulsos.

Es nuestro deber advertir que la vía nacional para el desarrollo y la democracia es simplemente una trágica falacia, no se puede seguir proponiendo ni tan siquiera para grandes países como Alemania o Francia.

Escribía Altiero Spinelli, el antifascista y federalista al que se le debe la concepción más moderna y científica de los Estados Unidos de Europa como comunidad política y no sólo económica, que, en nuestra época, no existe ningún problema de grandes magnitudes concerniente a la economía, a la moneda, a la conexión solidaria de nuestro desarrollo con el de los países más pobres del mundo, a la defensa, a la ecología, al desarrollo científico y tecnológico y a la universalidad de la cultura que pueda seguir afrontándose seriamente con criterios y con instrumentos nacionales. Con estas palabras rechazaba la que denominaba "la eterna cantarela del nacionalismo".

Cabe añadir que no existe ningún gran problema de democracia que pueda ser afrontado con instrumentos nacionales.

En la actualidad, pueden tal vez decidir algo autónomamente los Parlamentos nacionales de los países de la comunidad europea, los que poseen la más larga tradición democrática?. Alguien cree que estas solidísimas instituciones parlamentarias son actualmente capaces de producir leyes autónomamente sobre cualquier tema excepto las fiestas nacionales (y ni tan siquiera eso)?. Todo lo que concierne al mundo de la agricultura, a la política de los transportes, a la industria del acero, a los standards de los productos industriales, a la circulación de los bienes y de los capitales y muy pronto a la política monetaria misma no será materia de su competencia. Se puede hablar, sin hacer el ridículo, de defensa nacional?. Puede alguien intentar resolver el problema ecológico o del desempleo a nivel estrictamente nacional?.

Pasando a otras áreas geopolíticas, se puede afirmar, honestamente, que el Zaire o Méjico o los demás países productores de materias primas del hemisferio sur pueden decidir autónomamente su futuro económico o político o cabe ser conscientes de que es en otros lugares en donde se decide el precio al que podrán venderlos y por ende la suerte de su democracia?

Puede en la actualidad resistir en el mercado una industria que no posea una dimensión supranacional?

La respuesta a todas estas preguntas es inequívocamente «NO!.

Así pues, la cuestión no estriba en optar entre dimensión nacional y supranacional. La primera la prohibe simplemente la realidad política y económica de nuestro planeta. Se trata sólo de decidir si las sedes del poder supranacional, el político y económico, se deben dejar sin control alguno, si se debe permitir que la ley de la jungla, la ley del más fuerte, prevalezca por encima del derecho, o si estos poderes multinacionales inmensos deben ser gobernados, controlados, contrarrestados por un poder político supranacional democrático que pueda representar los intereses de los pueblos.

Una entidad nacional como Croacia, o Eslovenia, confía en poder existir como Estado autónomo en esta situación? Cómo cree que va a lograr contrarrestar la fueza de los grandes grupos económicos que a su vez decidan qué papel productivo debe tener en el mercado internacional?

Querer hacer coincidir la identidad nacional con una estructura estatual es una tentación peligrosa que no comporta mayor autonomía sino mayor dependencia.

Desde luego, el atajo nacionalista parece más fácilmente prácticable: con órdenes sencillas y eficaces se puede movilizar a la población haciendo hincapié en los viejos pero adormecidos rencores nacionales o étnicos, se puede suscitar la revuelta contra el Estado centralista y opresor; pero todo ello corre el riesgo de desencadenar odios y conflictos que no se podrán frenar después. Los medios deben adecuarse a los fines. No se puede querer construir la auténtica democracia estimulando la intolerancia étnica y nacionalista.

Cuál es, así pues, la solución alternativa?

Satisfacer de otra manera las razones que impulsan a cabalgar instrumentalmente el nacionalismo.

La adhesión, antes política que económica, a la Comunidad europea es la condición irrenunciable, no el objetivo final y lejano, para resolver los problemas de democracia y de justicia social de los países recien salidos del "socialismo real".

Si no queremos que los nacionalismos repremidos desde hace demasiado tiempo estallen irreparablemente uno detrás de otro, antes de resolver los problemas de la integración entre economías tan distintas, debemos inmediatamente hacer de manera que países como Yugoslavia y Hungría formen parte totalmente de la Comunidad Europea. De alguna manera, me parece que es el método adecuado para las dos Alemanias: antes de afrontar los problemas que se derivan del enorme desequilibrio económico entre las dos Alemanias se debe crear una única autoridad política capaz de gobernarlos. Lógicamente, los problemas y las dificultades que se derivan de la integración de dos estructuras económicas tan distintas han pasado a un segundo plano. Pero, precisamente parea resolverlos es necesario crear un hecho político cabal.

He ahí por qué las posturas de quienes hablan, en Yugoslavia, de la integración europea como objetivo final de un largo proceso de modificación de la sociedad y de la economía son tan utópicas como las de quienes teorizan sobre la posibilidad de que existan micro realidades estatuales autónomas y autosuficientes. A estos últimos hay que responder que sólo el modelo albanés - el rumano ya no - pueden garantizar la realización y la existencia de realidades estatuales símiles.

En cambio, a los primeros hay que contestar que es una falacia creer que los dramáticos problemas económicos de Yugoslavia puedan hallar una solución positiva al margen del mercado europeo y de la estrecha integración política con las instituciones europeas. Desde luego, no serán las "ayudas" exteriores de la Cee o las draconianas medidas del Fondo Monetario Internacional las que ayuden a curar una economía enferma. La política de las grandes multinacionales de la producción está clara: utilizar a los países de la Europa del Este, tal y como se ha hecho con los países del sur asiático, como suministradores de mano de obra a bajo precio. Los ordenadores o los automóbiles ya no serán sólo "Made in Taiwan" sino también "Made in Yugoslavia", "Made in Polonia". Son precisamente éstos los intereses que impulsan hacia la creación de entidades nacionales pequeñas y por lo tanto expuestas a chantajes y condicionamientos económicos.

Pero no la adhesión a la Comunidad eruopea no debe ser pasiva. Creo que países como Yugoslavia y Hungría tienen derecho a pedir más. La Comunidad europea corre el riesgo de no contar con un auténtico gobierno democrático. Todas las decisiones que, tal y como hemos visto, inciden profundamente en la autonomía nacional están tomadas por estructuras políticas en Bruxelas que no son nada democráticas. El Parlamento europeo, es decir el auténtico representante de los intereses de los pueblos europeos sigue, a pesar de ser elegido por sufragio universal, sin tener ningún poder. No nos llamemos a engaños, no hay que creer que para resolver todos los problemas es suficiente entrar en el gran mercado europeo y eliminar toda barrera para la exportación de los productos nacionales. Los potentes grupos financieros e industriales europeos hacen de patrones, tanto en Yugoslavia como en el resto de Europa, sin un auténtico poder político supranacional democrático.

No se trata de adherirse a lo que ya existe sino de poner en marcha, inmediatamente, una auténtica fase constituyente de los nuevos Estados Unidos de Europa, en los que estén presentes países como Yugoslavia para que la riqueza de sus distintas culturas, pueda poseer un peso equivalente a las de las viejas democracias occidentales.

Pero, cómo llegar a ésto?

El camino que parece predominar en Yugoslavia al igual que en otros países del Este europeo es el del pluralismo partidista, el del sistema electoral proporcional. Se dice: tras años de partido único, cómo impedir que todas las nuevas instancias de la sociedad puedan presentarse a las elecciones?.

No se trata de ésto sino de hacer de manera que el electorado pueda efectivamente decidir el futuro de su país. Votar por diez o quince partidos significa no decidir nada sino dejar las decisiones finales en manos del juego de las alianzas entre partidos. Existe un único sistema que consiente efectivamente al pueblo ejercer, con las elecciones, su soberanía: el sistema electoral uninominal, mayoritario. Dos posiciones se confrontan, dos propuestas sobre cómo construir el futuro de Yugoslavia, una sóla vence porque está votada por la mayoría. Ello no significa que se deba impedir la formación de diez o quince partidos. Sólo que éstos deben presentarse con claridad al electorado bajo una bandera clara, inteligible. La característica esencial de la democracia, al revés del autoritarismo, no es sólo la de permitir "elecciones libres" sino consentir que el pueblo con "elecciones libres" pueda cambiar gobierno sin tener que acudir a la insurrección armada. El sistema electoral y la democracia proporcional dejan es

ta decisión en manos de los partidos; en cambio el sistema uninominal mayoritario confía la decisión al pueblo soberano.

Para el futuro de Yugoslavia delineo dos opciones posibles: por una parte aquellos que quieren seguir cultivando la falacia de la llamada política de la no alineación, que quieren enredar a la gente vendiendoles la "cantinela" del nacionalismo. Por otra, aquellos que desean alinearse plenamente con la democracia, con el estado de derecho, que quieren que el resto de las nacionalidades yugoslavas puedan entrar y ser tuteladas en una comunidad política europea. A partir de estas opciones y otras los partidos yugoslavos deberían formar dos alineaciones electorales para permitir al pueblo que decida. Pero actualmente no creo que en el debate político que se está desarrollando en Yugoslavia exista traza alguna de estas reflexiones. Los viejos rencores nacionales parecen prevalecer por encima de la razón, del interés mismo de las culturas nacionales.

Así pues, es urgente e indispensable que Yugoslavia gane, a través del crecimiento y la consolidación del Partido radical transnacional y transpartídico, estas oposiciones de teoría y de lucha democrática. Es urgente e indispensable que el Partido radical se convierta en un punto de referencia político, no electoral, en yugoslavia para que el debate pueda abrirse sobre aquellos temas y aquellas posiciones que he enunciado.

Es urgente y necesario que miles de ciudadanos yugoslavos, de los distintos estados yugoslavos, sin discriminación alguna, se inscriban a esta nueva internacional federalista y no violenta de la democracia y del derecho.

Es urgente y necesario que los ciudadanos yugoslavos puedan saber que existe esta posición política y por lo tanto puedan juzgarla.

Quien comparte dichas urgencias y dichas necesidades ya sabe lo que tiene que hacer: entrar a formar parte del Partido radical.

 
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