de Emma BoninoSUMARIO: Los prohibicionistas y los antiprohibicionistas poseen un objetivo común: combatir el narcotráfico y reducir el consumo de droga. Pero, los primeros, con la guerra contra la droga, no han logrado ninguno de los objetivos. Así pues, por qué seguir obcecándose en cometer el mismo error?. La única explicación es la tentación totalitaria.
("Cambio 16" del 9-4-1990)
Creo que sobre el prohibicionismo de las drogas ya se ha dicho todo lo que había que decir, o casi todo.
Dejando a un lado las posturas exclusivamente instrumentales y demagógicas, creo que tanto los "prohibicionistas" como los "antiprohibicionistas" poseen objetivos comunes: quieren que disminuya el consumo de droga, quieren combatir el narcotráfico y la criminalidad que se alimenta con el tráfico de estupefacientes. Lo que cambian son los métodos propuestos para obtener dichos resultados.
Para no correr el riesgo de repetir lo que ya se ha dicho miles de veces, propongo un ejemplo muy sencillo para explicar por qué considero que el antiprohibicionismo es más eficaz para obtener dichos objetivos comunes. El tabaco posee efectos devastadores en la salud del hombre, crea dependencia y provoca daños sociales de gran envergadura. La mortalidad causada directa o indirectamente por el tabaco no tiene ni punto de comparación con la causada por la droga. Sólo en Estados Unidos, 320.000 personas mueren al año a causa del tabaco, mientras el número de personas que mueren a causa de la droga no llega a 4.000.
Basándose en las mismas valoraciones que impulsan a prohibir la droga, sería no sólo legítimo sino urgentísimo prohibir el comercio y el consumo de tabaco. Inmediatamente después, calculando los niveles de daño social, sería necesario prohibir el comercio y el consumo de alcohol. En última instancia, siguiendo la progresión gradual de peligrosidad, se ubicaría la cuestión de la droga.
Pero todos sabemos que prohibir el tabaco o el alcohol no supondría la desaparición de dichos "vicios", antes al contrario incrementaría el daño que causa a la salud, fruto del comercio clandestino que brotaría ipso facto. Junto a los narcotraficantes contaríamos con los tabacotraficantes y los alcoholtraficantes. Los fumadores, esporádicos o dependientes, los consumidores de alcohol, esporádicos o empedernidos, en vez de llegarse al estanco o a la bodega para satisfacer su "vicio", se dirigirían al mercado negro. El coste aumentaría y para comprar tabaco o alcohol muchos se verían obligados a delinquir, a cometer atracos, a traficar tabaco o alcohol, haciendo proselitismo para granjearse nuevos clientes.
No creo que a nadie le quepa la menor duda sobre la factibilidad del panorama expuesto, salvo algún detalle menor. De hecho, actualmente no hay nadie que esté lo suficientemente loco como para proponer que se prohíba el tabaco o el alcohol. Todos los gobiernos intentán acercarse a este resultado con medios más eficaces: campañas informativas, comportamientos de moda, prohibición de la publicidad y limitación del consumo de dichas drogas en público.
Entonces, por qué no se aplican las mismas consideraciones a las demás drogas, a los estupefacientes?
Por qué no se intenta legalizar el "vicio" de la droga equiparándolo a los demás "vicios"?. Legalizar - aclaro - no es liberalizar. De hecho, no se trata, tal y como algunos sostienen para desacreditar la postura antiprohibicionista, de distribuir estupefacientes en los supermercados. Legalizar quiere decir reglamentar y no, tal y como sucede en la realidad, abandonar el mercado a la ley del far west. Actualmente, a efectos prácticos, la droga está liberalizada: se vende en cualquier esquina, sólo hace falta tener dinero.
En cambio, legalizar significa controlar, significa separar el problema social y sanitario del tóxicodependiente del problema judicial y criminal. Legalizar significa encontrar, para cada país, según la situación de su mercado y del tipo de consumidores de droga, el equilibrio justo entre desalentar el consumo de droga y la facilidad para procurársela. En algunos casos se tratará simplemente de distribución controlada por parte de las estructuras sanitarias, en otros países, de venta con receta o con otras formas de control. El precio de la droga deberá ser superior a su coste de producción. De esta manera, los beneficios de la venta se podrán utilizar para la recuperación de los tóxicodependientes y para las campañas informativas. Pero, en cualquier caso este equilibrio entre el precio de la droga y la facilidad para procurársela deberá impedir la conveniencia del comercio clandestino, la necesidad de llevar a cabo acciones criminales o de proselitismo para adquirir la droga.
Desde el punto de vista teórico y considerando los catastróficos efectos de la guerra contra la droga, resulta incomprensible por qué se sigue cayendo en el mismo error tan empecinadamente.
No es preciso repetir que existen dificultades de carácter psicológico y político para llevar a cabo una modificación de 180 grados en una postura adoptada por todos los gobiernos al unísono. Me parecen sumamente convincentes las palabras de John Golibert, senador representante del West Bronx desde hace 21 años: "No es fácil, tras haber gastado miles de millones de dólares y tras haber hablado en tono autoritario durante años, admitir que el camino emprendido es erróneo. No es fácil admitir el fracaso, reconocer que el rey está desnudo y coger la realidad desnuda y mirarle a la cara". Pero esta justificación, por sí sola, no es suficiente. Por qué exponerse a una derrota segura, y seguir derrochando todavía miles de millones de dólares?.
Sólo caben dos respuestas: El prohibicionismo es la nueva cara del totalitarismo. Tras la voluntad de salvaguardar la salud de los ciudadanos se esconde la tentación siempre presente, por desgracia- de limitar las libertades individuales. Es algo que se ha hecho en nombre de la religión, de la clase, del Estado, de la patria y de la revolución. Actualmente, estos mitos han caído en desgracia. Y el demonio de la droga les viene como anillo al dedo para obtener el mismo resultado.
El prohibicionismo es la nueva coartada del imperialismo. Tras la autodisolución del enemigo histórico, el comunismo, era menester que existiese uno que permitiese a los ejércitos justificar su propia existencia, y a las políticas de defensa del orden "democrático" ejercitarse en la "liberación" militar de otros países. La guerra contra la droga, la ayuda fraternal a los países afectados por los narcotraficantes es la coartada perfecta para reincidir en el viejo vicio del imperialismo.
Para ambas finalidades sirve la droga, sirven los tóxicodependientes, sirven los narcotraficantes. Si no existiesen tendrían que inventárselos.
Y bien, quién está realmente en contra de la droga?