Marco De AndreisSUMARIO: La guerra del Golfo ha sacado a relucir la urgencia de eliminar las exportaciones de armas convencionales al Tercer Mundo. Este artículo desea la creación de un régimen internacional, modelado a partir del Tratado de No Proliferación nuclear.
(L'Unità, 17 de febrero de 1991)
Hay algo que la guerra del Golfo ha demostrado por encima de toda duda razonable, y es la insensatez de las políticas indiscriminadas de exportación de armas hacia el Tercer Mundo. El arsenal iraquí, como se sabe, procede casi la mitad de la Unión Soviética pero el resto de suministradores occidentales. Lo cual ha creado situaciones paradójicas igualmente conocidas: los franceses que se arriesgan a que les ataquen precisamente los aviones Mirage F1 y los misiles Exocet que ellos mismos han proporcionado a Sadam Huseín.
Estas paradojas, sin embargo, abren oportunidades. Creo que finalmente se puede contar con un sano escepticismo de la opinión pública occidental ante aquellos argumentos económicos usados hasta el momento presente para justificar las exportaciones armamentistas. En primer lugar porque es mucho más caro, incluso en términos de vidas humanas, destruir un aparato bélico que no crearlo en absoluto. Y porque las recaudaciones monetarias procedentes de dichas exportaciones representan una parte infinitesimal de la riqueza producida en los países industrializados: se puede calcular que las ventas de material bélico al exterior pesan entre el 0,1 y el 0,2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) italiano, alrededor del 1 por cient del francés, etc.
La situación ha cambiado totalmente desde el punto de vista de quien importa las armas: los gastos militares de países como Arabia Saudì, Siria, Irak, Yemen, Libia e Israel nunca han disminuido, en los últimos diez años, por debajo del 10 por ciento de los respectivos PIBs, con puntas de caso el 30 por ciento. Por lo tanto, para nosotros, estos tráficos son una inepcia económica, mientras que para los destinatarios son una tragedia que zanja la satisfacción de las necesidades primarias y el desarrollo.
Típicamente, si se quiere comprimir el volumen de un comercio, se puede actuar desde el lado de la demanda, desde el de la oferta o desde ambos. Reducir la demanda de armamentos en el Tercer Mundo significa en primer lugar resolver los contenciosos regionales y en este sentido es de desear que se difundan, en las zonas cálidas del globo, conferencias modeladas según la de la conferencia para la cooperación y la seguridad en Europa. En dichas sedes se afrontarán y se resolverán los nudos cruciales de la democracia y de los derechos políticos en los distintos Estados; del desarme, del control de los armamentos y de la cooperación en las relaciones interestatales.
Pero, qué se puede hacer por parte de la oferta? Es necesario romper la lógica (aparente) de la vieja comodidad: "aunque yo no exporte armas, lo hará mi vecino, así que..." . De qué manera se puede hacer? Los pocos precedentes específicos no son alentadores, lamentablemente. En 1978-79 lo intentó la administración Carter, aprobando en primer lugar medidas restrictivas unilaterales y posteriormente entablando conversaciones con los soviéticos llamados Conventional Arms Talks (CAT). Pero las cats, tras tres reuniones pasaron a ser nada de hecho.
Hay buenas razones para creer que ha llegado el momento de volverlo a intentar. En primer lugar existe un disgusto difundido, que mencionaba al principio, por los despilfarros y los sacrificios de la guerra del Golfo. Asimismo, y más importante todavía, existe el hecho de que la Unión Soviética de 1991 es mucho más disponible que la brezneviana del 78-79 para llevar a cabo iniciativas por el estilo. Por último, existen otros precedentes históricos totalmente opuestos a los desafortunados cats.
Desde hace tiempo, la comunidad internacional ha considerado oportuno crear regímenes que impidan la proliferación de armas de exterminio de masas: el caso típico es el Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear, que entró en vigor en 1970. El TNP se basa en un intercambio explícito: los países que renuncian a proveerse de armas nucleares reciben en cambio asistencia y traslados de tecnología en caso de que decidan recorrer el camino del uso pacífico de la energía atómica.
Este modelo podría ser aplicado a las transferencias de mayores sistemas armamentistas (aviones, helicópteros, barcos, vehículos acorazados, misiles, aparatos electrónicos y cañones de calibre superior a 100 mm) y de la tecnología necesaria para su fabricación. Los países productores podría ofrecer garantías de traslados de tecnología civil (en el contexto de la creación de salvaguardias para impedir que vayan a parar a fines militares) y ayudas económicas a aquellos países: que a) renuncien a abastecerse de armamentos convencionales sofisticados y la tecnología relativa; b) reduzcan sus gastos militares; c) conformen su política nacional a los principios de la democracia y del respeto de los derechos humanos.
A la creación de un régimen internacional provisto de incentivos para los exportadores potenciales existe una sola alternativa: la formación de un cartel de productores. Este camino ha sido practicado en un pasado no muy lejano, por ejemplo con la creación en 1987 del Régimen de Control de la Tecnología Misilística: se suman siete países occidentales (entre los cuales Italia) más la Unión Soviética y consiste, en la práctica, en prohibir las exportaciones de misiles balísticos con capacidad superior a 300 km. n cartel da lugar inevitablemente a resentimientos a quien queda excluido. Y de hecho, esta ha sido la reacción de muchos países del Tercer Mundo que acusan al Norte de haberles excluido de la explotación pacífica del espacio (los misiles balísticos, a parte del uso militar, sirven para poner en órbita los satélites).
En mi opinión, es mejor trabajar para poner en pie un régimen, aunque sea más complicado y fatigoso, que la formación de un cartel. Sin embargo, más vale un cartel que la actual situación de competencia en la que todos los productores intentan vender cuantas más armas mejor.
No estaría mal que la diplomacia italiana, que está apoyando la idea de la conferencia regional para Oriente Medio, se decidiese a comprometerse al respecto. En ese sentido se ha presentado una moción en la Cámara por parte de algunos diputados federalistas europeos que merece, creo, el consentimiento de todos los grupos parlamentarios.