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Il Partito Nuovo - 1 giugno 1991
Un nuevo humanismo

SUMARIO: En los países de derecho, de libertad y de civismo jurídico, el divorcio entre ciencia y poder, entre cultura y gobierno, entre clases dominantes y el nuevo "tercer estado" construido por hombres y mujeres con sus esperanzas y sus sentimientos cada vez es más grave y definitivo. Actualmente, la política está progresivamente menos capacitada para concebir un futuro posible y necesario de vida y una calidad de vida, para conservar el medio ambiente, las tradiciones cívicas y democráticas y para realizar las reformas oportunas en el umbral del año dos mil. Existen nuevos horizontes para experimentar, existe quizás una nueva epopeya por representar, existe quizás un partido que puede hacerlo.

(El Partido Nuevo, n.1, Junio 1991)

El "efecto invernadero, el fenómeno previsto desde hace veinte años por el Club de Roma y por su presidente Aurelio Peccei, se ha hecho realidad. Se habla de un "agujero"' en la capa de ozono, sobre la Antártida, que podría causar la desertificación en gran parte de Europa. Se habla de ello en los telediarios, pero se siguen creando las causas de lo que se anuncia como una catástrofe planetaria. Sobre miles de hombres se cierne la amenaza "hacia finales de la década" un exterminio indefectible causado por el hambre, la miseria y la consiguientes guerras. Diez millones mueren actualmente, y con ellos muere la naturaleza: el aire y el agua. Dentro de cincuenta años, el Tercer Mundo contará al menos con cincuenta grandes concentraciones urbanas en las que la humanidad se transformará en lo que actualmente tanto nos cuesta concebir: una mezcla explosiva de violencia, de muerte, de desesperación y de barbarie. Ya en estos momentos, millones de personas, menores de quince años, de diez, sin hogar, sin familia, si

n estudios o sin trabajo, sin higiene, ocupan trágicamente las calles y las bidonvilles de las grandes ciudades de América Latina, Africa y Asia.

Recursos fantásticos se comprometen y dilapidan en proyectos - por lo general militares - que se escapan al control de la humanidad, mientras quedan inutilizados descubrimientos y nociones científicas que en cinco milenios podrían ser empleados por primera vez. Mientras tanto, el arma alimentaria es la más mortífera, determinante para la historia contemporánea y para el desenlace de las confrontaciones en curso. El desierto avanza en el sur, cientos de millones de personas mueren de hambre, mientras pirámides de mantequilla y montañas de trigo se acumulan en la CE, y el mundo industrializado está agobiado por el exceso de alimentación. La utilización del arma alimentaria une a los adversarios de los dos imperios, el americano y el comunista soviético. Más todavía: la psicosis del Sida - la primera manifestación pandémica en plena época de la aldea global - difunde nuevos tabúes y nuevas y antiguas marginaciones, mientras se olvida de que en el sur del planeta la difusión del virus está excepcionalmente fav

orecido por las intolerables condiciones de miseria. El mercado sanitario que el Sida promete es colosal: cien mil millones de dólares en los próximos cinco años. Por eso se desencadena la competencia y la rivalidad entre las multinacionales farmacéuticas, conflictos favorecidos por los gobiernos nacionales, en detrimento de las probabilidades de hallar rápidas soluciones y de la sanidad del mundo entero. En los países de derecho y de libertad, de cultura jurídica y de democracia política, el divorcio entre ciencia y poder, entre cultura y gobierno, entre clases dominantes y el nuevo "actual" tercer estado, constituido en gran parte por mujeres y hombres, con sus sentimientos y con sus esperanzas, entre uso y función de los medios de comunicación y la necesidad de "conocer" para poder elegir y para juzgar, fundamental en una democracia, parece cada vez más grave y definitivo. El funcionamiento y la existencia misma de las instituciones internacionales, multinacionales y nacionales son progresivamente más cri

ticables. Cada vez se respetan menos las leyes y las reglas del juego. El derecho penal y la administración de la justicia están en crisis, y van de mal en peor. No sólo la ONU sino también el Tribunal la Haya se devalúan por momentos.

Mientras los científicos advierten - con científica certeza - que muy probablemente Europa deberá afrontar en los próximos veinte años una convulsión telúrica de inmensa, y casi inédita gravedad, el poder, "la política", buscan solamente alejar el problema, e inducir a la gente a que ignore la amenaza inminente de este hecho que según cómo se lo espere o como uno esté preparado para afrontarlo, puede resultar bíblicamente desastroso o puede ser limitado a un nivel tolerable para la humanidad. Basta pensar en la cantidad de centrales nucleares alemanas y francesas para darse cuenta del impacto que este hecho puede acarrear.

A lo largo de este siglo, y aún hoy, gran parte de la cultura y de la ciencia había caído en la falacia de que soluciones totalitarias como la fascista o la comunista, la militarista o la nacionalista, iban a garantizar la democracia, la movilización y la participación consciente de los pueblos autónomos, un nuevo humanismo necesario para la supervivencia de la civilización. La falacia de emprender atajos no democráticos, intolerantes y violentos, parece todavía abrirse camino, en particular en Estados Unidos, pero también en los estados nacionales de Europa, si bien es a sus tradiciones civiles y democráticas que el mundo contemporáneo debe la mayor parte de su fuerza creativa y de su paz civil. Cuatro quintos de la humanidad viven actualmente bajo regímenes dictatoriales. La atomización nacionalista del Tercer y del Cuarto Mundo constituyen su premisa estructural, fatal. Allá en donde el derecho a la vida no cobra fuerza con gente que pueda garantizarlo, los derechos de conciencia, los derechos religiosos,

de desarrollo, o de pensamiento, se convierten en mera superestructura abstracta, exenta de coherencia y de fuerza teórica y práctica. El desorden internacional es por otra parte impuesto y alimentado por los intervencionismos jurídicos estatalistas y por regímenes prohibicionistas que les confieren ellos mismos una fuerza tremenda e incontrolable a los fenómenos que pretenden prohibir. La multinacional de la criminalidad, más potente que la mayor parte de los Estados representados en la ONU, es testimonio espantoso.

En la Europa continental, disposiciones constitucionales y políticas basadas en concepciones pluralistas de representaciones ideológicas y comunitarias, están degenerando en regímenes partidocráticos y no democráticos. Sobre todo allá en donde la mistificación proporcionalista no consiente ninguna finalización de los momentos electorales a la formación de los gobiernos de la sociedad; regímenes cada vez menos equipados para concebir un futuro posible y necesario, de vida y calidad de vida, para conservar el medio ambiente, las tradiciones civiles y democráticas, para realizar las reformas oportunas, en el umbral del año 2OOO.

Al frente de este poder sin control, absoluto pero sin embargo impotente, los grandes partidos que se originaron, de forma mediada o inmediata, en el siglo XIX o en las primeras décadas del actual, ya han desempeñado su función histórica y de civilización. Deben necesariamente dejar el lugar a otros, más adecuados a los tiempos, que tienen como razón de ser objetivos que ya no son nacionales, sino continentales y planetarios. Es necesario actuar con urgencia, pero también sin precipitarse ni deprisa y corriendo. Es necesario actuar con eficacia y forjar instrumentos que lo permitan.

Tal vez toque representar una nueva epopeya, tal vez haya nuevos horizontes que inspeccionar, nuevas emigraciones, nuevos westerns, nuevas fidelidades por consolidar. Existe una salvación posible, pero tenemos que saber que las nuevas "praderas del cielo" han de ser exploradas sobre todo en las conciencias y en las obras. Algunos segmentos existen, y estos segmentos están destinados a desaparecer, o a ser asumidos, transformados y potenciados por otros. El mensaje que el Partido Radical quiere hacer llegar a las conciencias en Italia, en Europa y en el resto del mundo, es, en el fondo, muy simple: "si los buenos son pocos, los malos vencen".

 
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