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Serrano Anna - 7 gennaio 1992
ZAGREB: CRONICA DE GUERRA
Anna Serrano

SUMARIO: Navidades en un país en guerra. Descripción de Zagreb, sus gentes, sus conversaciones y su vida cotidiana a finales de 1991. En la radio, los villancicos se intercalan con partes de guerra. El miedo a ser ametrallados al salir de misa; las alarmas aéreas; el ambiente de los refugios; el cambio de moneda. A fuerza de hablar siempre de guerra los croatas se han acostumbrado a este ritmo marcial y lo que era insólito se convierte en habitual. Manipulación de una información que insiste en echar la culpa a ambos bandos. Un conflicto que no es sólo balcánico sino Europeo. Una guerra que no es civil sino de agresión. Irresponsabilidad histórica de Europa.

(DIARI DE TARRAGONA, martes, 7 de enero de 1992)

ZAGREB - En nuestra vieja Europa está teniendo lugar una guerra, una guerra de la que se habla como si estuviese lejos de nosotros, como si no pudiese ser verdad que pasase aquí al lado. A 500 kilómetros de Roma. Tal y como es habitual, Europa, la vieja, la antigua, peca de nuevo de irresponsabilidad histórica.

Zagreb, Navidad de 1991. La gente más o menos quiere vivirla como si tal cosa, a pesar de que este año es una Navidad sangrienta.

Navidad en casa de unos amigos de Dubrovnik que viven en Zagreb en

casa de unos amigos de familia. Dubrovnik, perla del Mediterráneo, la segunda en belleza después de Venecia, ha sido bombardeada, viven sin luz, sin agua, sin calefacción.

En la mesa, comida croata casera. Los abuelos, la madre, la hija, el yerno, la nieta de cuatro años y mis amigos. En la radio villancicos en croata, el "Silent Night" en inglés - en esta noche de grandes silencios - intercalados con los partes de guerra. Entre salchicha y salchicha el número de muertos, de heridos, los pueblos atacados por los serbios, la nochebuena en los refugios, bajo tierra, oyendo como caen las bombas, los civiles ametrallados al salir de misa...

En la mesa las conversaciones también se intercalan: las monadas de Petra, la pequeña de cuatro años a la que le espera un futuro incierto, con un padre que está a punto de enrolarse en la guardia croata para defender su tierra, y las conversaciones típicas de cualquier croata sobre la guerra y la desesperación.

La misa del gallo se celebra a las ocho de la tarde en vez de celebrarse a las doce de la noche pues tan tarde la situación no se puede controlar fácilmente. Y el miedo a que te disparen es más fuerte que la fe o la tradición.

A la catedral de Zagreb ha ido el gobierno croata de coalición obligada en el que están presentes los ex-comunistas renovados que en su vida habían pisado una iglesia y ahora salen de misa.

Las doce de la noche en Zagreb: en el barrio de Maksmir se halla un cuartel hasta hace poco ocupado por los serbios, desalojado el mes pasado, en donde actualmente se encuentra la guardia croata. Como no tienen petardos festejan a pistoletazos y con ráfagas de metralleta, de vez en cuando se les escapa alguna que otra granada. Todo eso durante más de media hora. Los más juiciosos comentan con indignación que se desperdician municiones que servirán un mañana no muy lejano. Pero también es cierto que en esta pobre Croacia torturada, asediada, incomprendida, abandonada por Europa, disparar al aire es una manera de gritar bien fuerte la demencia de esta situación, y al mismo tiempo es una manera de mantener la esperanza, sentirse fuerte, darse ánimos, sentirse unidos, disparar, creerse fuerte - fuerza débil - que a una extranjera como a mí daba mucha pena y - no lo esconderé - causaba un cierto escalofrío.

Viernes 27 en Zagreb. A las doce del mediodía suena la alarma aérea. La sirena con su sonido patético cubre la ciudad y anuncia que llegan los serbios. La gente corre por las calles. Hacía más de un mes que no sonaba y nadie se lo esperaba. Los portales de los refugios se abren de nuevo. Algunos refugios son simples sótanos o bodegas, otros son auténticos refugios, galerías, túneles larguísimos, con una iluminación tétrica, en donde uno mezcla el miedo con el aburrimiento, en donde se respira con dificultad. Mantas y abrigos para engañar el frío y barajas de cartas o libros para engañar el tiempo que pasa lentamente. Hasta que una nueva sirena anuncia que se puede volver a intentar vivir de nuevo como si no hubiese pasado nada.

Las calles decoradas con sacos llenos de arena apoyados en las ventanas para evitar que se rompan los cristales cuando caen las bombas. Los escaparates precintados con celofán. Banderas croatas por todas partes, y letreros en los que se suplica la ayuda desesperada a Europa y al mundo: "Stop the war in Croatia". Han sacado una canción en inglés. Es una canción para el mundo, pero en el mundo no la ponen en la radio. La canción dice: "Stop the war/ in the name of love/ stop the war in the name of God/ stop the war in the name of children/ stop the war in Croatia".

Lo peor de todo - y lo mejor - es que la capacidad de adaptación del hombre a cualquier situación ha hecho que los croatas a fuerza de hablar siempre guerra, de oírla a cada instante en la radio, en la tele, en los periódicos, en la piel, en el cerebro, se han acostumbrado a este ritmo marcial y lo que era insólito se convierte en el pan nuestro de cada día, infiltrándose tanto en sus almas que serán necesarios años y años para borrar tanta tragedia. Están tan acostumbrados a vivir en estado de excepción que la normalidad en el extranjero es casi inconcebible.

Se han acostumbrado a hablar de muertos mientras hacen el amor, a ver escenas de destrucción mientras comen, a meterse bajo las sábanas sin saber qué es lo que les espera al día siguiente con la única certeza de un país destruido que será difícil reconstruir y con un futuro negro, con una inflación galopante, con precios por las nubes, a ir a la compra y volver con cuatro cosas en la bolsa y el monedero vacío, al sueldo que en diciembre no recibieron porque no hay dinero. Dinero que cambió el 28 de diciembre. Ahora tienen dinero croata. 28 de diciembre, Zagreb: colas larguísimas en el banco para cambiar dinero.

Lo peor, decía, es que se han acostumbrado tanto que cuando un extranjero viene de fuera y se sorprende, y se asusta cuando suena la sirena, y no concibe ir por la calle y oír tiros y no saber ni de donde vienen ni a donde van, ellos van y miran al extranjero y acaban por decir: es la vida. Y el extranjero, o la extranjera que era yo, se pregunta: de qué vida me hablas?.

No supe si reír o llorar cuando hablando de Moscú con una chica me dijo: "No es prudente ir a Moscú en estos momentos".

En las televisiones occidentales y en los periódicos por muy pro-croatas que sean, pues es muy difícil no serlo llegados a este punto, de vez en cuando insisten en que son ambos bandos los que llevan a cabo barbaridades. Sí, es cierto que en las guerras, ambos bandos cometen bestialidades. Pero de lo que no cabe la menor duda es de algunas verdades históricas: Croacia ha vivido bajo la dictadura serbia al lado de otras repúblicas oprimidas en una invención bajo el nombre de Yugoslavia. Una invención creada para no resolver de raíz un problema europeo. La invención ha estallado cuando democráticamente, a través de un referéndum popular, Croacia declaró la independencia el 25 de junio del 91. Serbia atacó sin piedad y sin diálogo. Si antes serbios y croatas podían convivir, ahora una convivencia es impensable. Europa se lavó las manos al principio diciendo que se trataba de una guerra civil, sabían perfectamente que no es una guerra civil. Tal vez no sospechaban que las cosas acabarían agravándose tanto. La s

ituación actual demuestra que se trata de una guerra de agresión descarada y despiadada. Tal y como demuestra el gesto de barbarie de los soldados serbios entrando en Vukovar, ya destruida, y cantando: "carne croata, os mataremos a todos".

Se acusa a los croatas de ser ustashas. Es como decir que los españoles son todos franquistas.

La guerra es también una guerra de información. Hay cosas que no se saben. Nadie se plantea que en Serbia la información da pena, que a la población se la ha convencido de que son los croatas los que atacan - en todo caso se defienden - y a la poca oposición que hay se la manda callar despidiéndoles del trabajo o con ostracismos peores. Nadie comprende el mérito que tiene ser disidente en Serbia, porque de estos serbios no se habla.

Nadie cae en la cuenta de que Ucrania ha sido reconocida como si tal cosa y con respecto a Croacia aún no es prudente reconocerla. Tal vez Francia e Inglaterra tengan miedo de una nueva fuerza centro-europea y perder así un equilibrio obsoleto de esta vieja y obsoleta Europa que se presenta con premisas ensangrentadas a una unión falaz e hipócrita.

Hace un mes y medio, en Roma hubo una muestra fotográfica de los mejores trabajos comprados por la agencia Magnum. Fotos de Cartier Bresson, de Cappa, el miliciano español, los tanques en Hungría, la primavera de Praga, los campos de concentración en Auschwitz... de aquí poco podrán añadir una foto de Croacia. Son todas iguales.

La guerra ha tarado a los croatas. Sí, la gente que vive la guerra acaba volviéndose rara sin ni tan siquiera saberlo. No lo saben, no se dan cuenta, tal vez sea el escudo de defensa que han creado para intentar no sufrir. Cien años de tramontana no les hubiese trastocado más.

Harán falta años para reanudar el camino. Los jóvenes de hoy en día saben que se tirarán la vida reconstruyéndolo que ha sido destruido. Los universitarios actuales, futura clase política del día de mañana, ya saben antes de empezar lo que les espera. Los jóvenes actuales ya son viejos, la juventud les ha sido robada con una madurez forzada.

Vukovar, Osijek, Sisak, Dubrovnik, Zara, Karlovac, llenas de sangre.

Son nombres con los que no estábamos familiarizados, porque en la infancia de la generación de los sesenta, Yugoslavia era un trozo del mapa pintado homogéneamente, al que se prestaba poca atención y con un poco de suerte no se confundía con otros países del Este. No volverá a ser así.

 
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