Sergio D'EliaSUMARIO: Conmovido recuerdo de Sergio D'Elia de su relación con Mariateresa Di Lascia, desde el momento en el que la conoció y a ella "totalmente" se confió, "para hacer mejor las cosas justas". Trabajar con ella en la campaña para la abolición de la pena de muerte fue para él "ocasión de rescate". Mariateresa era "tal vez la mejor expresión" de la manera de estar en política de los radicales, y sabía interpretar como pocos a Marco Pannella, límpidamente como "sólo los niños" pueden hacer. Mujer de "integridad sin términos medios", su "mal carácter" era una parte profunda de ella. Siempre decía que "el carácter es el destino de las personas". No es casualidad que en su novela se narren historias de personalidades fuertes.
(Publicado en "Il Corriere del Sud" del 20 de septiembre de 1995 en el número especial dedicado a la muerte de Maria Teresa Di Lascia)
Tan vivo es en mí el recuerdo de Mariateresa, que su vida predomina sobre la memoria. La memoria será, tal vez, tarea de mañana. Hoy es su "vida" la que me socorre. No lo digo por decir, sé que ya no está, pero sé que su "ser" está vivo, y de su "ser" saco alimento. Cuando hace años, tras la época del odio, me crucé con el Partido radical, y escogí la no violencia para hacer mejor las cosas justas, la buena suerte me entregó a Mariateresa. Mientras los demás no comprendían, yo me confié totalmente a ella, pues demostró ser inmediatamente el ángel de la guardia de la mejor parte de mí, que me acompañó en todas mis buenas acciones. Habíamos concebido y estábamos librando juntos la batalla a favor de la abolición de la pena de muerte en el mundo antes del dos mil. Para mí era una ocasión de rescate; para Mariateresa otra causa justa a la que servir. Ahora esta acción va a ser más difícil, pues faltará su aportación inteligente y creativa.
De la manera de concebir los hechos de la vida y de la política de los radicales, Mariateresa era tal vez su mejor expresión, poética y concreta. Lograba contar los aconteceres de Marco Pannella como sólo los niños pueden ver y comprender, un poco a la manera de Antoine de Saint-Exupéry de El Principito, el libro que más amaba Mariateresa, el primer regalo que me hizo. Sobre algunas verdades sencillas que comprende medimos la calidad de nuestro vivir juntos. "Amar a alguien quiere decir ser responsable de su vida" estaba escrito en el libro, y esto era lo que Mariateresa sentía por mí, con un esmero al que, tal vez, yo no he sabido corresponde.
De los niños, a los que trataba totalmente como a iguales - considerándoles siempre a la altura de su propio ser adultos -. Mariateresa cultivaba una imaginación concreta, la inteligencia de los sentimientos, la integridad sin términos medios.
Muchos han confundido (y siguen confundiendo) su "mal carácter". "El carácter es el destino de las personas", contaba a menudo. Sobre esto, Mariateresa ha escrito una gran novela, que es una historia de hombres y de mujeres que en su fuerte personalidad llevan las señales de su propio destino. Mariateresa lograba penetrar los carácteres de las personas, tan profundamente, que captaba enseguida las señales que le hacían comprender antes que ningún otro sus pensamientos y sus hechos. Por ello escribía, comprendía y vivía con naturalidad. De su "mal carácter" Mariateresa había logrado vivir, y, al final, de su manera de ser (viva) ha muerto. Pocos la han comprendido, y por ello muchos no comprenden hoy su muerte. "Una pelea no se le niega a nadie", decía y era un don precioso que brindaba: sin maldad, sino con generosa consideración. Su ser agresiva, a menudo, era malentendido como violento, intolerante. En cambio, era una forma de inteligencia, no era autoritario, sino en el orden de la verdad. Su ser exigente
con todo el mundo no tenía nada que ver con sus propias necesidades, siempre iba en beneficio de los demás, de su crecimiento, y por ello de la calidad de la relación. Pero tal vez, esta manera de ser era absoluta, no para sí ni para los demás, sino que se trataba de una condición del espíritu que Mariateresa cultivaba con cuidado. Cuando, tras habernos casado en mayo, la casa se llenó de regalos, de cosas, Mariateresa sintió que se le caía encima todo su peso insoportable. Empezaron los dolores de espalda, respiraba con dificultad. Hace algunos días, entre los papeles de Mariateresa, encontré una hoja blanca en la que había escrito: "Yo creo en lo que no tengo. El día en que así sea, habré dejado de crecer, de ser". Mariateresa ha dejado de crecer, de ser, a cuarenta años, tras una vida.
Ultimamente, Mariateresa decía: estoy cansada, ya no deseo nada, no tengo un proyecto, y lamentaba que las tragedias del mundo fuesen demasiado grandes de soportar: los niños de Ruanda, de nuevo la Antigua Yugoslavia... Su no-indiferencia, su no-resignación que nunca conocieron tregua, el preocuparse por las cosas de los demás, su "estar" en ello en servicio permanentemente efectivo, empezaban a menguar.
Ultimamente, muchos decían: «qué cambiada está Mariateresa! «qué buena que se ha vuelto, qué maja! No se daban cuenta de que se trataba de su malestar, de un mal que la estaba consumiendo, de la vida que se iba.