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Conferenza droga
Ruiz-Portella Xavier - 27 dicembre 1989
QUE HACER CON LOS NARCOS?

Hay una cuestión esencial que casi nunca se aborda en los países occidentales -es decir, en los países que, por su consumo, son en definitiva los verdaderos causantes del problema de la droga. Que yo sepa, tampoco nadie lo ha abordado desde una óptica antiprohibicionista.

En cambio, dicha cuestión es sumamente -dramáticamente- candente en los países productores de droga, y en particular en Colombia.

Se trata de lo siguiente : qué hacer con los narcotraficantes hasta que se llegue a solucionar algún día el problema de la droga? Por supuesto, dicha solución pasa por la legalización de las drogas a escala internacional. Ahora bien, mientras ello se consigue -y desgraciadamente no es para mañana- la mafia de los narcotraficantes está corrumpiendo y destrozando el sistema democrático (o incluso la vida social sin más) de los países en los que produce la droga, lo cual es particularmente cierto en el caso de Colombia.

Las noticias comunicadas recientemente por amigos colombianos son particularmente alarmantes. El pánico se ha adueñado de las principales ciudades colombianas (centenares de personas han muerto en los últimos meses a causa de las bombas colocadas por los narcos en lugares públicos : autobuses, mercados, oficinas bancarias, hasta un avión... Desde las 6 de la tarde todo el mundo corre a encerrarse literalmente en sus casas. Muchos negocios quiebran a causa de la situación que ello engendra. El temor a perecer en un atentado indiscriminado es constante.

Y ante esta situación, una enconada polémica divide al país : se debe o no dialogar con los narcos a fin de que cese la ruina del país? (Los narcos han asegurado poner término a toda acción terrorista con tal de que se les garantice que, de ser detenidos, no serán extraditados a los Estados Unidos, sino juzgados por la justicia colombiana... «una justicia de la que les resultaría muy fácil escapar gracias a la corrupción y al miedo que ellos mismos han infiltrado en ella!).

Desde un punto de vista ético o jurídico, es obvio que no hay nada que dialogar con semejante gentuza : sus manos independientemente del tráfico de la droga como tal- están demasiado sucias de sangre inocente. Se les debería aplicar la justicia : con todo el rigor (y con todas las garantías, por supuesto) del derecho.

Ahora bien, desde un punto de vista ético o jurídico tampoco se hubiera podido llegar nunca al acuerdo al que en la propia Colombia se ha llegado con la guerrilla del M19 y que, a cambio de la entrega de las armas, ha conducido (o conducirá) a la amnistía y a la inserción de los ex guerrilleros en la vida institucional del país.

Y desde un punto de vista ético o jurídico, tampoco se hubieran debido dejar nunca impunes los crímenes contra la humanidad cometidos por la numerosa retahila de dictadores y de secuaces (desde los franquistas a los comunistas) cuya caída festejamos en este venturoso fin de siglo.

No se hubieran tenido que dejar sin castigar tantos crímenes -y sin embargo se dejan. Y si nuestras vísceras se revuelven ante tamaña injusticia, sin embargo lo aprobamos políticamente y hasta nos congratulamos de que ello sea así : en aras de la reconciliación, de la pacificación, en favor de esta práctica extraordinaria de la no-violencia que se inauguró hace un poco más de diez años en España, que se prosigue ahora en Europa Central y del Este, y que lleva el nada revolucionario nombre de transición pacífica a la democracia.

Y si, para que se pueda afirmar la democracia, tantos crímenes se dejan sin castigar, por qué no se podría hacer algo parecido cuando lo que se trata de salvar es no sólo la democracia, sino la vida misma de una sociedad? Por qué no pensar en las modalidades de un eventual acuerdo con los narcotraficantes? Un acuerdo que, obviamente, sólo podría tener sentido en caso de que la contrapartida por parte de los narcos fuera la liquidación de su negocio, de sus redes de distribución, de sus laboratorios, y sobre todo de sus sicarios, de sus comandos, de sus ejércitos...

Creo que sí, que a la anterior pregunta se le tiene que responder afirmativamente. Pero no estoy seguro. Como García Márquez en su artículo reproducido hace poco por Agorà, yo también vacilo y me interrogo. Sé por un lado que lo que aquí esbozo equivale pese a todo a dar un cierto aval -indigno y vergonzoso- a los reyes del crimen organizado. Pero sé por otro lado que este reino y estos crímenes sólo pueden desaparecer mediante la adopción, a escala internacional, de una legislación antiprohibicionista. Con otras palabras : los países productores de droga, Colombia en en primer lugar, se están desangrando y aniquilando por tratar de combatir un tráfico de drogas al que el conjunto de las acciones que dentro de la óptica prohibicionista se puedan emprender, le hacen el mismo daño que la picadura de un mosquito a un elefante. Todos nos alegramos indeciblemente cuando »El mexicano cayó días atrás. Sería fantástico que pronto cayeran Escobar, y Ochoa, y todos los asesinos de su calaña. Pero no nos hagamos ilusi

ones : el negocio es tan pingüe, y la miseria tan grande, que tarde o temprano otros les remplazarían.

Seamos claros : mucha es la sangre que ha hecho vertir el combate contra el narcotráfico en Colombia ; pero ni una sola gota de esta sangre ha permitido ni permitirá nunca que se consuma un solo gramo menos de coca en Estados Unidos y en Europa. Es justo pues que se pague semejante precio por semejante resultado?

NOTA FINAL. Escrito ya este texto, acabo de leer («gracias a Agorà, claro está!) la declaración efectuada por Marco Panella a raíz de su reciente viaje a Colombia. En la misma, aborda de pasada la cuestión que acabo de plantear. Y lo hace -me parece- con una ambigüedad bastante parecida a la que a mí mismo me aqueja. Dice por un lado que no es posible negociar con quienes practican el terror. Evidentemente. Pero reconoce también, por otro lado, que es necesario dialogar con ellos. Resumiendo : negociación no, pero diálogo sí... Pero cuál es la diferencia entre ambos? Francamente, no veo la menor diferencia, salvo si se pretendiera que dialogar significa tratar de convencerles, sin ofrecerles la menor contrapartida, de lo muy malos que son y de que hagan el favor de deponer las armas... Es desde luego imposible.

 
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