(Comunidad y drogas - Cuadernos técnicos de estudios y documentación. Monografía nº 8, noviembre de 1989)Autores del estudio:
PERE-ORIOL COSTA BADIA: Doctor en Ciencias de la Información. Profesor titular de Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona.
JOSE MANUEL PEREZ TORNERO: Doctor en Ciencias de la Información. Licenciado en Lingüística. Profesor titular de Semiótica de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Bardelona.
Publicado por el MINISTERIO DE SANIDAD Y CONSUMO (Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas)
A modo de conclusión
Mientras la droga produce estragos sociales e individuales de todo orden, a la televisión parece corresponderle la función de espejo deformante y deformado de esta realidad. Su discurso sobre el mundo de la droga es, en cierta manera, esquizoide: dividido entre la fascinación por la droga - como motivo narrativo y espectacular - y su aversión hacia un mundo que encierra un potencial de peligrosidad social y cultural que puede llegar incluso a quebrar la »buena conciencia en la que se asienta nuestro actual orden televisivo.
Este estudio ha querido ser sólo un diagnóstico de urgencia sobre un fenómeno amplio, disperso y practicamente inabaracable por su extensión. Como todo diagnóstico, recoge síntomas, analiza indicios y dibuja un hipotético perfil de la enfermedad que aqueja al paciente. Pero, a diferencia de otros diagnósticos que son el prólogo del remedio, no espera proponer otra cura que una toma de conciencia colectiva sobre el estado actual de las cosas. Más allá de esta toma de conciencia, los remedios son obviamente difíciles, inseguros arriesgados. Pero, sobre todo, de difícil tratamiento: cómo intervenir en un proceso en el que que como el de la televisión participan infinidad de agentes dispersos por el mundo, en el que las rutinas se hallan fosilizadas y firmemente establecidas y en el que el margen de actuación real es tan pequeño? Y, sin embargo, la apuesta por la toma de conciencia no puede significar en el fondo más que la esperanza de que pueda hacerse algo para modificar una situación que, a todas luces, nec
esita ser cambiada.
Conviene, por tanto, en estos momentos, avanzar algunas conclusiones generales que puedan servir, como mínimo, de punto de partida para un cambio necesario a medio plazo. Un cambio cuyo objetivo final no será otro que el de hacer del discurso televisivo un discurso útil para los objetivos de la acción social contra la drogadicción. En lo que sigue esbozaremos por puntos estas conclusiones:
1. La televisión es ambigua en relación con el tema de la droga: Todos los análisis efectuados revelan que el medio televisivo guarda con el mundo de la droga un relación de atracción-repulsión en que se entremezclan los conceptos de comunicación, contagio y adicción.
Ambos universos comparten unas estructuras emotivas profundas y similares: la fascinación hacia la pasividad, el vértigo por la adicción como forma de comunicación exclusiva y unidireccional. Ambos responden al deseo de extender al máximo su red de influencias - la del programador, la del traficante -; pero ambos se sitúan en perspectivas encontradas. Para la televisión el ideal final es la revelación total, el mostrar todos los rincones y crear una visibilidad general de cualquier elemento socialmente pertinente. Para el traficante, el ámbito propio de existencia es el secreto y la ocultación, el sigilo y la fugacidad.
Tal vez por estos paralelismos y oposiciones, la televisión nos muestra la droga desde dos puntos de vista complementarios aunque distintos en esencia: como un tema llamativo, que le obsesiona, que ocupa cada vez máas su atención. Y, a la vez, como un mundo que escapa a la contemplación exhaustiva que sólo muestra su bulto ocultando simultáneamente su realidad más esencial. De este modo, el discurso de la televisión sobre la droga tiene la indefinición y el vértigo del claro-oscuro, del esquema y del estereotipo.
2. El discurso televisivo sobre la droga es, fundamentalmente, disperso: la televisión parece asumir decididamente el rol social del narrador de historias clásico; del tesorero, por lo tanto, de la memoria colectiva y, de algún modo, sacerdote de una religión basada en la comunidad. De este modo, al verter narraciones en pantalla, la televisión se convierte en una especie de metasujeto comunicativo que subsume todas las enunciaciones puntuales y diferentes que se manifiestan en su interior. Por esta razón, lo essncial de este discurso es su dispersión, su diversidad, su casi incoherencia.
De nuestro estudio se desprende que el tratamiento televisivo de la droga parece responder a una subjetividad débil, dispersa, que se manifiesta en la construcción de »islas semánticas escasamente comunicantes y, a veces, abiertamente contradictoria: el lujo y el negocio el narcotráfico frente a la marginación y miseria del consumo; la impotencia social frente al activismo policial; la condena explícita frente a la seducción subliminal...
Sólo parece haber un hilo conductor a este discurso: el deseo de la televisión de mostrarnos nuestro mundo segmentadamente, respondiendo a las exigencias de su propia parrilla de programación. Así habrá una droga para la ficción, otra para la información diaria, otra para la no-diaria... Cualquier semejanza entre todas ellas es puramente nominal: responden al mismo nombre. Pero los tratamientos y su presencia real responden a semblantes bien diferenciados. Los estereotipos y los modelos con que aparecen son plurales y con pocas conexiones mutuas. Apenas es la unidad de recepción - es decir, la capacidad del espectador de integrar todos los datos dispersos - la que asegura la formación de una gestalt, de una percepción, uniforme.
3. El discurso televisivo sobre la droga es contemplativo e ineficaz: La misma incoherencia radical del discurso televisivo sobre droga y su carácter de acumulación dispersa de perspectivas diferentes hace que resulte poco útil para la acción social. El panorama que ofrece es ostensivo y disperso: muestra infinidad de realidades, pero alcanza a demostrar muy pocas cosas. De este modo, difícilmente llega a proveernos de un conocimiento eficaz sobre un tema tan rico en pequeñas y grandes mitologías y mediatizado por estereotipos tan fuertes y sólidos. La televisión busca proceder a la fragmentación temática del universo de la droga ajustado - con escaso respeto por la realidad - a los convencionalismos y necesidades internas de su propio discurso de programación. Maquilla, pues, tan radicalmente la droga que a la postre permanecen sólo los afeites: golpes de efecto en la información diaria que privilegia el exabrupto, el acontecimiento, el flash y la heterogeneidad; la polémica, el debate y la acción ostensiva
en la información no diaria; y el espectáculo, el escenario grandilocuente y caracteres estereotipados según el imaginario del cine en la ficción.
Por todo ello, la única acción coherente con esta »racionalización televisiva de la droga parece ser la mera contemplación de la pantalla. No pueden esperarse de la televisión tomas de conciencia atinadas, consejos útiles, orientación hacia estrategias a medio plazo, ni indicaciones para la acción colectiva. Su función parece agotarse en la mera contemplación espectacular.
4. La televisión moraliza muy esquemáticamente sobre la droga: Como fruto de las necesidades de programación y de la lógica de su propio discurso, la televisión recurre a esquemas muy simplistas para juzgar y valorar el mundo de la droga. El esquema más notorio es que hace aparecer la droga como la causante de una falta en el orden establecido: motivo de infracción y de daños. En consecuencia, su continuación es la noticia de un intento de restablecimiento del orden, de la reparación de la infracción y de sanción y castigo. Es la defensa compulsiva esquemática de la Ley en su aspecto más perceptible y figurativo: en la actuación policial y represiva.
5. La televisión es muy rígida en la formulación de noticias sobre drogas: Bajo la dispersión y la incoherencia radical, la televisión fija un patrón para presentar la noticia sobre droga. Pero un patrón tan formalista y esquemático que no llega a desdecir la incoherencia más profunda.
La noticia sobre droga tiene como protagonista básico a la policía. Relata, por tanto, acciones preferentemente represivas. Los malos de la »historia son los traficantes que buscan un negocio desmedido. Se huye de abstracciones y de los temas complejos tanto como de abordar la droga desde su vertiente sanitaria y como enfermedad. Por el contrario, la droga siempre o casi siempre va unida a la delincuencia y estimula, por tanto, actuaciones de defensa colectiva muchas veces crispada y de protesta.
Todo ello se da en un marco de descontextualización de la droga del universo social y personal que le corresponde. Las categorías de prevención, sanidad, enfermedad, estudios, informes, etc., que vendrían a corresponder con este universo de hechos despiertan escasísima atención por parte de la TV, que, por el contrario, privilegia el universo policial y judicial o, en todo caso, el político.
Pero lo más sobresaliene de esta actitud es, sin duda, su esquematismo. En el fondo, soslaya un análisis más detallado y llega a convertirse en una muletilla inconsciente que encubre una auténtica posición moral sobre el fenómeno. Es, pues, esta especie dee moralina superficial la que concuerda a la perfección con la ineficacia del discurso televisivo señalada en el punto anterior.
6. Es notoria la presencia de tópicos significativos en el tratamiento de la información sobre drogaas: El primero de los tópicos que se constata es la asociación inequívoca entre drogas y delincuencia. En el marco de enfoque social del problema de la droga esta asociación identifica al drogadicto - al consumidor - con el delincuente. Con lo cual se viene a solidificar ante la opción pública el carácter antisocial básico del drogadicto.
Bien distinto es, en cambio, el caso de los traficantes. De la información estudiada no se desprende con insistencia que el traficante sea un delincuente marginal. No se le asocian los valores propios de éste. El traficante, opere donde opere, se presenta como un actor del negocio criminal, ejecutivo distinguido e importante. Así, mientras que la pareja drogadicto-delincuente nos evoca un peligro callejero, inmediato y, en definitiva, inseguridad, el traficante nos acerca más bien a un universo jerárquicamente superior; selecciona su ámbito de actuación y sus víctimas, es más eficaz y, por ende, presenta la imagen de una cierta profesionalidad. No tiene, sin duda, la espontaneidad y la convulsión de la delincuencia común.
En general, la televisión sobrerrepresenta el muldo delictivo asociado a la droga, dejando más en la sombra el problema real y concreto del consumo y la drogadicción. Por ello, la figura del drogadicto se nos aparece como un individuo poco controlable, escasamente racional y casi escabroso que el propio tráfico, impregnando la sensibilidad del espectador y conduciéndole a una reducción ideológica que tiene su mejor simbolización en el término »drogadicto : expresión estereotipada de una imagen de depravación, amenaza y perversión, condenada irremisiblemente por la ética de todos los días.
En segundo lugar, otro tópico habitual en la información es la identificación entre droga y heroína. Los reportajes tienen una tendencia considerable a hablar casi exclusivamente de la heroína y de sus derivaciones, sobre todo cuando se trata de destacar el tema de la drogadicción. Se produce entonces una especie de sinédoque informativa que a la larga acaba calando en la sociedad. Una vertiente específica del problema es tomada como fenomenología general del mundo de la droga. He aquí la clave del miedo irracional y del trasvase injustificado de la parte al todo.
Estamos en presencia de un efecto retórico del discurso periodístico que explicaremos como sigue:
a) El periodista detecta síntomas de inquietud social ante la droga. Trata, entonces, de construir un relato apropiado para satisfacer esta inquietud - que se convierte, sin duda, en una demanda de información.
b) Pero tiene que utilizar un tipo de relato que sea gráfico y comprensible, que con pocos signos - y poco esfuerzo para el lector - transmita un contenido con impacto y fuerza. Por ello recurre al tipo de asuntos que presenta los rasgos más espectaculares y sobresalientes. Y éstos los encuentra en la heroína.
c) En tercer lugar, la información televisiva selecciona un escenario típico y tópico para la droga. Es decir, asigna lugares y circunstancias para los acontecimientos narrados. Entrevías en Madrid y La Mina en Barcelona pueden considerarse como paradigmas evidentes de este tópico. Se trata de barrios donde se concitan las consecuencias de la emigración, del crecimiento desordenado, de la depauperación económica. Y lo que estas circunstancias acarrean: paro, carencias educativas, marginación, rentas bajas, degradación urbana...
La selección privilegiada de este marco como escenario para la comprensión de la droga lleva a una distorsión reduccionista del tema. Lo que sucede en estos barrios no es todo lo que ocurre en torno a la droga. Su compleja fenomenología, que requiere ser abordada desde un punto de vista amplio, queda menguada en su alcance y centrada temáticamente como »problemas de barrios marginales . Parece como si el fenómeno de la droga fuese marginal con respecto a la estructura de la sociedad. Con lo cual se quedan en la oscuridad buena parte de sus causas y consecuencias. La sociedad como chivo expiatorio, abstracto, despersonalizado, funciona como un lugar vacío al que van a parar responsabilidades muy generales.
La culpabilización de la sociedad se orienta en dos direcciones: por una parte, se implica casualmente como forma de injusticia social; por otra, se le acusa de insolidaridad hacia un grupo marginal.
El tópico de insolidaridad social es un tema recurrente en la información televisiva. Parte del argumento de que para la gente los drogadictos son unos delincuentes y que para acabar con ellos sólo hay dos soluciones: más policía y liberalizar la droga. Lo cual viene a significar que para este discurso no es un enfermo, sino un ejecutor de delitos contra propiedades y personas.
El reverso de la insolidaridad es para la televisión el voluntariado: se explota aquí manifiestamente la épica del »filántropo . El voluntariado se presenta como testimonial y compasivo. Testimonial porque no parece que pueda solucionar más que una parte ínfima del problema. Compasivo porque parece contribuir a lavar la mala conciencia que produce la acusación de insolidaridad. Y, sin embargo, TV insiste en su eficacia directa. Por contra, tiende a no mostrar los esfuerzos de la Administración para procurar asistencia gratuita y sin condiciones a todos los drogadictos que deciden rehabilitarse.
d) En cuarto lugar, la información tiende a soslayar un tratamiento sutil sobre el aspecto del consumo de drogas. Entre todas las formas posibles de aproximación a la perspectiva médica de la droga (política, sanitaria, droga-enfermedad, etc.), la televisión privilegia una de ellas: las patologías asociadas al consumo de estupefacientes. De esta manera, las acciones de política sanitaria emprendidas por las instituciones quedan fuera de la información en gran medida.
Obviando esta posibilidad se cercenan en el discurso informativo aspectos importantes como los relativos a la prevención de la drogadicción o a las posibilidades de rehabilitación y curación de los drogadictos. La política gubernamental en estos campos queda sin explicar y sin mostrar. No forma parte del discurso público y no se convierte en tema de discusión. Los representantes políticos no son requeridos para explicar cómo se afronta el problema y, de hecho, apenas si aparecen al tratar de las drogas en cuestión sanitaria. Por el contrario, son los médicos los actores privilegiados de esta información así tematizada.
En conclusión, la información televisiva forja la imagen de que los problemas sanitarios de la droga son los derivados de las patologías que provoca su consumo. Heroína-SIDA y tabaco-cáncer-enfermedades cardíacas son pares que ilustran perfectamente este hecho. Otras esferas del fenómeno igualmente importantes quedan en la sombra.
Finalmente, el tema de la internacionalización de la droga presenta en televisión tópicos de una considerable pregnancia. El primero de ellos es que la droga es una poderosa industria multinacional. Esta caracterización permite justificar el fracaso de los distintos Estados en la erradicación del problema de las drogas en general, tanto el tráfico como el consumo.
A partir de la información televisiva se transmite al imaginario colectivo la idea de que el gran tráfico es invencible y que ni siquiera la coordinación de los Estados puede hacerlo frente. La colaboración internacional no parece tener momento de representación en las pantallas. Las imágenes de televisión tienden a legitimar el discurso represivo de las instituciones antes que el político. Por otro lado, parece que la lucha contra la droga queda supeditada a alguna acción policial en alguna perdida selva del Amazonas. Por poner un caso, la demostrada convivencia de algunas instituciones bancarias internacionales en el blanqueo del dinero de la droga.
Existe, además, una geografía oficial del narcotráfico que asigna míticamente a cada droga un lugar de producción y, consecuentemente, de procedencia. Sudamérica es el orígen de la cocaína; en el Norte de Africa, el de los derivados del cannabis, marihuana y hachís; y los países del sudeste asiático, el de los opiáceos, concretamente el de la heroína. Con todo ello, la ya depauperada visión que sobre el Tercer Mundo se tiene en los países industrializados se acentúa considerablemente. Por otro lado, de este modo, la droga queda indirectamente asociada a otros fenómenos que en principio nada tienen que ver con él. Nos referimos al fenómeno de la inmigración de individuos procedentes del Tercer Mundo y acogidos en los países occidentales. Caracterizadas sus regiones de orígen como epicentros del tráfico de drogas, estos individuos se muestran expuestos a que se les relacione inmediatamente con aquél y que añadan a lo inseguro de su situación un nuevo motivo para la marginación. No es ésta una posibilidad más o
menos eventul: es una realidad que comienza a manifestarse expontáneamente.
Desde el punto de vista general, la información televisiva parece estar orientada a cumplir una función puramente ritual: acompaña repetitivamente la cotidianeidad, pero presta escaso concurso en la resolución de problemas prácticos. Como consecuencia, la opinión pública puede tener la tendencia a considerar la resolución del problema de la droga como algo inaccesible, como un »mal no abordable racionalmente.
7. También irónicamente, la mirada televisiva se carga de tópicos: Es la de televisión una cámara indiscreta que entra en el refugio del contrabandista y suspende la mirada atenta en los detalles según un guión preestablecido que prevé un recorrido-lista entre los paquetes de cocaína entreabirtos, los documentos y los carnés presumiblemente falsos y los billetes de banco de varios países amontonados en abanico para el ojo de la cámara. Ahora bien, la curiosidad de la televisión no se dirige casi nunca con la misma intensidad hacia la historia de la vida que ha desembocado en el acontecimiento delictivo: cuando lo hace, asume los tonos del documental dramático en el que se manifiesta un rol paternal artificialmente solidario con la miseria y la marginalidad de quien »ha caído en el vicio .
Se trata, en definitiva, también de un ritual visual que localiza objetos-fetiche para la mirada del espectador, que les otroga valores de casi reliquias (diabólicas) que estimulan la veneración de los espectadores ante unos improvisados pero deterministas altares laicos.