Parece como si la histeria prohibicionista y sus peligrosos efectos sociales empezaran a hacer mella en una parte de los medios de comunicación y de la opinión pública. Al mismo tiempo, se ha afinado y enriquecido la denuncia de los daños causados por esta política, así como también los argumentos en favor de la despenalización; la convergencia de estos dos factores ha creado un espacio de debate público de amplitud hasta ahora inimaginable. Paralelamente, el uso de drogas de diverso tipo se extiende en la sociedad, y más allá de sus efectos perversos empieza a engendrarse en la misma un difuso saber popular sobre sus efectos y sus usos.
Me parece que éste es pues un momento propicio para que los antiprohibicionistas puedan emprender una reflexión que, superando el debate jurídico, contemple el complejo fenómeno sociocultural que se halla detrás de la simplificadora palabra de "droga". Pues, si bien es evidente que la despenalización eliminaría los problemas sociales (gigantescos) que origina la represión, también es cierto que la represión deja en la oscuridad otro e ingente problema: el de la ausencia de un sistema cultural de normas de conducta socialmente aprendidas que regularía el buen uso de la droga, de igual modo que la cultura occidental ha sabido regular desde hace tiempo el consumo del alcohol y del tabaco. Los antiprohibicionistas deberían estar preparados para reflexionar sobre este problema y proponerle hipótesis de solución con las que se podrían atenuar una gran parte de los efectos perversos que suscitaría una despenalización culturalmente no preparada, masiva e indiscriminada.
Cuáles serían, para ceñirnos a lo esencial, las pistas de semejante reflexión? Se trataría de conocer y de ampliar el proceso de aclimatación cultural de las diversas drogas, proceso apenas inciado en nuestra sociedad y que consiste en el surgimiento de normas CULTURALES (no jurídicas) acerca del buen uso de las drogas, proceso que limita los abusos y estabiliza el consumo mayoritario a un nivel poco nocivo, tal como ocurre con la cocaína en ciertos medios intelectuales de Colombia y de Perú. Sin una aculturación social de la droga; sin una tipología realista y eficaz que distinga claramente entre las drogas que causan fuerte adicción y aquéllas que prácticamente no la engendran; sin una ruptura de la asociación actualmente imperante "droga-desmoronamiento ineluctable-muerte atroz", cadena asociativa que hace de los estupefacientes el valor refugio de todos los desesperados y bloquea así el proceso de aculturación de los mismos; sin todo esto, una despenalización indiscriminada, masiva y repentina de TODAS
las drogas podría durante algún tiempo producir entre nosotros los mismos efectos mortíferos que la introducción del alcohol en las sociedades indígenas de América. En efecto, éstas habían normalizado culturalmente, de manera total y positiva, toda una serie de substancias alucinógenas sin conocer nunca el efecto de adicción; en cambio, todavía no se han recuperado de los efectos destructores del alcohol que no han tenido el tiempo gradual de dominar socialmente.
Para que en nuestra sociedad puedan emerger normas socioculturales de este dominio y del uso de las drogas, sería necesario, a mi juicio: 1) Pasar por una fase paradójica (ya existente en ciertos países) en la que se tolerase y controlase el consumo a pequeña escala, antes de despenalizar el consumo masivo; 2) Contribuir al establecimiento de una política de tolerancia SOCIOCULTURAL, sacando la droga de la óptica exclusivamente "victimaria", miserabilista y marginal, a fin de desarrollar mediante la información y la educación un contexto cultural CONVIVIAL de las drogas menos nocivas (como ya existe para el alcohol y el tabaco) que se opondría a su uso actual, escondido y escandaloso. 3) Aspirar de tal modo al autocontrol social del uso y del abuso de la droga.
Esta alternativa no implicaría la despenalización INMEDIATA de todas las drogas; la misma consistiría en emprender un proceso de tolerancia controlada que diera el tiempo necesario para llegar a la normalización social de cada y a su progresiva despenalización; proceso que ha sido históricament el de la aclimatación cultural del tabaco, del café y del alcohol entre nosotros. Este proceso debiera permitir al mismo tiempo que se desarrollase una menor tolerancia socicultural (y no penal) respecto a algunos productos (ejemplo actual: el crack) que son masivamente nocivos.
La despenalización socialmente menos costosa que se pueda imaginar pasa pues necesariamente, a mi juicio, por la progresiva aculturación social de las drogas, lo cual incluye su separación de un universo de valores exclusivamente mortíferos y marginales, y su vinculación a un contexto cultural y socialmente más positivo; ésta es la enseñanza para la antropólaga que soy, del ejemplo de las sociedades indígenas de América del Sur, de su control cultural del buen uso de lo que nosotros denominamos "drogas" y de su desamparo ante el alcohol.
En este proceso de innovación de la ética y de la cultura públicas, el papel de las minorías sociales "pioneras" puede ser muy importante. A los antiprohibicionistas entre otros les corresponde apoyar este reto mediante su reflexión y su acción educativa e informativa, más allá de la denuncia meramente jurídica. Si sólo con normas culturales de intolerancia social frente al abuso y a ciertas drogas altamente nocivas se pueden limitar eficazmente los daños el actual contexto del tabaco es esclarecedor a este respecto, pese a sus desviaciones "puritanas" , también se tiene que aceptar sin embargo que cualquier droga legal o no, cultural o no encuentre en nuestras sociedades espacios de marginalidad social, cultural y psíquica en los que se desarrolle su patología suicida. También depende de nuestros esfuerzos y de nuestra reflexión llevada allende el habitual ámbito jurídico, el que se reduzcan progresivamente tales espacios.