Rebelde y decidida, la comisaria europea ha sido clara con los pescadores, a la vez que se enfrentaba a los negociadores marroquíesEL PAIS, pag. 24
XAVIER VIDAL-FOLCH
Érase una vez una señora de aspecto frágil, fumar intenso, paso decidido y carcajada fácil. Tenía sólo 46 años y las escamas curtidas en una trepidante lucha política por las causas que muchos bienpensantes consideran perdidas o marginales: el desarme, los derechos humanos, la abolición de la pena de muerte, la alimentación del tercer mundo, el derecho al aborto. Era una liberal heterodoxa, la secretaria del Partido Radical Transnacional, pensado y nacido en Italia, Emma Bonino.
Érase una mujer rebelde, hija de campesinos pobres y urbanita confesa. "He amado la desobediencia civil, pero no la transgresión", reconoce. Que si la amó! Fue a dar con sus huesos en la cárcel en dos ocasiones. La primera en 1975, en Italia, por hacer campaña en favor del aborto - haber abortado le abrió los ojos a la conciencia política -: "Defiendo la maternidad como una elección libre, la sexualidad como un derecho", decía este verano a EL PAS. La segunda, en Nueva York, por distribuir jeringas limpias a toxicómanos. En el despacho de uno de sus colaboradores cuelga una foto de la diminuta bonino envuelta en una enorme pancarta de protesta frente a la sede neoyorquina de Naciones Unidas.
Era una mujer puntual. Pero aquella mañana soleada del 29 de octubre de 1994 llegó tarde y ojerosa al castillo de Senningen, Luxemburgo: su nombramiento como comisaria de la Unión Europea la había sorprendido conspirando por los derechos humanos en la Asamblea General de la ONU, Nueva York. Voló a toda prisa, pero la primera foto de familia de la Comisión Santer lleva su hueco. Con su cartera hecha de retales - Pesca, que nadie quería; Ayuda Humanitaria, que le cedió Manuel Marín; Consumidores, una propina - inició una singladura formalmente más ortodoxa, construyendo una de las plataformas políticas más vertiginosas de la Europa en reconversión hacia todavía nadie sabe dónde.
Ha tenido que dejar la pancarta en el cajón y encadenarse alpapeleo y los expedientes, pero la presta y la urge a sus viejos amigos subversivos, parlamentarios probosnios, europeístas de carne y hueso en cenas cómplices por las causas queridas: cenas confeccionadas a veces por ella misma, experta en guisar pocos pero sólidos ideales y en cocinar la pasta fresca de siempre, con ayuda del pesto casero de su tía.
Su nuevo papel institucional ha contribuido a "otorgar dignidad política a los problemas sociales olvidados por la política tradicional", para lo que se bate desde que era veinteañera. Por ejemplo, la aproximación a al humanidad doliente, con la ayuda humanitaria, en Bosnia o en Ruanda. O la reivindicación del imperio de la ley, agarradero de ciudadanos y tabla de supervivencia de los más débiles, en los conflictos de la pesca. Su truco? La palabra, una insólita capacidad de comunicarse con la gente. Lingüista de profesión, Bonino enarbola los mismos argumentos, con igual convicción ante distintos auditorios, da fe de autoexigencia, pero exige igual a los demás.
Tienda de campaña en el encharcado campo de refugiados de Goma, Zaire, marzo pasado. Los jefes del campo, hutus exiliados que han perdido la guerra, exhiben ante Bonino su pretensión de retorno a Ruanda. Aparentan ser éso, simples refugiados civiles:
- Coronel, no nos engañemos - le espeta la comisaria al primer interlocutor, sorprendiendo a todos por haber adivinado su identidad-. Si dice estar de acuerdo con la reconciliación que propugno, por qué conservan armas dentro del campo?
- Ya sabe usted el papel simbólico del machete [hoz alargada de ochenta centímetros] en este país, su utilidad para las labores del campo -, le contesta el sujeto.
- Demasiado bien sé para lo que lo han usado, depongan su actitud de revancha, negocien y podrán llegar a la reconciliación y volver a su país - le recomienda.
Con igual energía exigía a los ministros de Kigali juicios justos y rápidos, indispensables para la reconciliación. Y a los periodistas que ladinamente le preguntaban "con quién hemos de reconciliarnos, con los asesinos?", respondía: "Ustedes lo saben mejor que yo, no me atraparán dictando los acuerdos necesarios para luego criticar a los dirigentes europeos por neocolonialistas, yo nunca lo he sido".
Este descaro dialéctico, este uso de la palabra sin algodones, esta pasión por pactar la norma de convivencia resultan porque la comisaria chapotea en los mismos charcos de los desvalidos y come en los mismos manteles que los poderosos: como el Tenorio, por un igual baja a las cabañas que sube a los palacios. Algunos, en Bruselas, tildaban estas armas de populismo, manejo mediático, escaparate: pero ya sólo susurran, la Bonino se ha ganado hasta a los más recelosos con su historia abortista. Ahora anda empeñada en conseguir una "base legal" para afianzar la oficina europea de Ayuda Humanitaria, ECHO, aclarar su mandato y competencias, su autonomía respecto a las lentas aprobaciones de los Quince.
La comisaria maneja estos mismos instrumentos en todos los conflictos de pesca. Plantarse en los principios, enfrentar la discusión con los más recalcitrantes, sean el demagogo ministro canadiense Brian Tobin, el solemne rey Hassán II o los angustiados miembros de las cofradías gallegas.
Manuel Fraga ensalzó este verano, con un barroco besamanos, ese contacto directo, al reconocer que por vez primera una autoridad europea había escuchado a sus pescadores y les había dicho a la cara, las verdades del barquero: que había demasiadas barcas para demasiado poco pescado. Si le creyeron, si ahora, pese a todos los incidentes, nadie quema la efigie de Europa, es porque Bonino les demostró que se ha batido el cobre por la restauración del derecho en la pelea con Canadá , o por un acuerdo digno con Marruecos. Y porque érase también una mujer rebelde, como ellos, que postula por ejemplo no sólo el fin de las pruebas francesas de Mururoa sino un Tratado de prohibición para todas las armas nucleares. Segura de que, esta vez, no volverá a la cárcel.