Roma, 16 de junio de 1998DISCURSO DE EMMA BONINO (Comisaria para asuntos humanitarios)
en representación de la Comisión Europea
Es para mí un placer dirigirme hoy a esta audiencia tan cualificada y distinguida; también es un privilegio poder hacerlo en la apertura de esta Conferencia Diplomática que ocupará, según confío, un lugar en la historia de la Justicia y la Cooperación Internacional.
Nuestro mundo está cambiando; pero no para mejor.
Siempre hemos sabido que la paz y la seguridad nunca han estado, de por sí, garantizadas. Ahora bien, con el final de la Guerra Fría muchos confiaron en que la guerra podría convertirse en una excepción residual y dolorosa de las relaciones internacionales. En lugar de ello, ha regresado al galope introduciéndose en la historia del final del siglo veinte.
Hay algo peor: guerra, guerreros y belicistas parecen haber recobrado una dignidad, incluso a veces una atracción popular perversa, que parecían haber perdido para siempre. Mientras tanto, la violencia y sus víctimas civiles se están convirtiendo en un triste aspecto de la vida cotidiana. Muchos de los conflictos a los que asistimos hoy quizá sean locales, sin implicaciones geopolíticas a gran escala, pero lo preocupante de ellos es que señalan, con demasiada frecuencia, un retorno a la barbarie.
En realidad, la propia guerra está cambiando. Los conflictos tradicionales que enfrentaban a ejércitos de diferentes naciones han sido sustituidos por conflictos internos y étnicos sumamente sangrientos. Conflictos donde los civiles no mueren de forma accidental, sino que son el blanco principal de los ataques, conflictos donde los crímenes contra la humanidad y el genocidio ya no son un medio, sino el fin del conflicto; donde la reglas mínimas que todas las naciones habían acordado aplicar siempre, el conjunto de convenios conocido como el "derecho de guerra", se violan por principio político, no por accidente.
Genocidio, crímenes contra la humanidad, graves crímenes de guerra - y la impunidad de que gozan sus responsables - crean un círculo vicioso de violencia y venganza que llega a amenazar nuestra propia seguridad.
Ha llegado el momento de romper el ciclo de la violencia, de poner fin a la impunidad y demostrar la resolución de la comunidad internacional, de afirmar la primacía del Estado de Derecho. Esta Conferencia Diplomática, que representa la culminación de muchos meses de negociaciones, ha sido convocada para afrontar esta tarea de titanes -aprovechando, cuando proceda, la experiencia obtenida con el establecimiento de los tribunales ad hoc para la antigua Yugoslavia y Ruanda.
A lo largo de mi carrera política he sido una defensora incansable de la Justicia Internacional. Como tal, he apoyado sin ambages los tribunales ad hoc que existen actualmente. El presupuesto comunitario ha financiado generosamente sus estructuras y su funcionamiento.
Ahora bien, soy plenamente consciente de las dificultades a que han tenido que hacer frente estos tribunales, y especialmente de los riesgos que implica una mayor proliferación de tribunales "especiales". Digámoslo claramente, no podemos seguir estableciendo estructuras judiciales que no sólo son "ad hoc", sino también "post hoc".
Lo que necesitamos por el contrario, y como se resaltó en la Declaración de la Unión Europea, es la estructura de un tribunal permanente, con un mandato constante y normas universales. Este tribunal tendría, además, una gran fuerza disuasoria frente a los crímenes - y criminales - que la comunidad internacional no seguirá tolerando.
Para alcanzar este objetivo necesitamos, en primer lugar, un Tribunal con jurisdicción propia con respecto a un grupo central de crímenes: genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, incluidos los cometidos a lo largo de las guerras civiles y otros conflictos internacionales.
En segundo lugar, necesitamos un Tribunal que mantenga una relación constructiva con otras instituciones internacionales, y en particular con el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Aquí, en la mesa de Roma figuran una serie de opciones abiertas a debate y espero que vuestra paciencia y capacidad de negociación permitan a la Conferencia encontrar soluciones imaginativas, preparando el camino para el establecimiento de un Tribunal en el que la gente pueda confiar.
En tercer lugar, y quizá sea lo más importante, necesitamos un Tribunal con un fiscal fuerte, eficaz, altamente cualificado e independiente de los gobiernos.
Por último, el Tribunal deberá contar con procedimientos adecuados para garantizar un funcionamiento justo y eficaz, salvaguardar los derechos de los acusados y facilitar que las víctimas presten declaración con todo tipo de garantías. En este contexto, me parece importante poner de relieve que en los estatutos del Tribunal no existirá ninguna disposición que contemple la pena de muerte.
Establecer un tribunal de tanto alcance y sin precedentes antes de finalizar el siglo es una tarea gigantesca. Pero debemos mantener presente este plazo simbólico. Dado que el final del presente siglo marcará también el final de una cadena de horrores aparentemente interminable, incluidas dos guerras mundiales; varios genocidios, hambrunas masivas y una proliferación constante de refugiados y poblaciones desplazadas en todo el mundo.
Teniendo esto presente, el presupuesto comunitario ha financiado en los últimos meses varios proyectos destinados a sensibilizar a la sociedad civil de la necesidad de un Tribunal Permanente; y asimismo ha contribuido al Fondo Fiduciario de la ONU con el fin de permitir la participación a la Conferencia de los países menos desarrollados.
Esta conferencia debe conseguir sus objetivos.
Se lo debemos a demasiadas víctimas de demasiados crímenes abyectos.
Se lo debemos a las generaciones futuras, que, espero, sean menos tolerantes de lo que lo hemos sido nosotros frente a estos crímenes y sus autores.
También se lo debemos a la opinión pública internacional, a la "aldea global" que nos está observando hoy.
Nos corresponde demostrar que la cooperación internacional también puede enfrentarse con éxito a problemas morales; y que las instituciones internacionales requieren y merecen un apoyo más amplio.