Mi rcoles, 29 de septiembre de 1999TRIBUNA LIBRE
EMMA BONINO
Aprender Occidente la lecci n de Timor?
UNA vez que los cascos azules de las Naciones Unidas han llegado a Timor Oriental, renace ahora la esperanza de que concluyan las atrocidades en la isla y de que la ONU pueda investigar los cr menes para que la Justicia internacional castigue a los culpables.
Tambi n es deseable que el rechazo universal suscitado por las atrocidades perpetrados en Timor venza finalmente la inercia que hasta hoy ha impedido la creaci n del Tribunal Penal Internacional (TPI).
Al igual que los civiles de Burundi y de Sierra Leona, las v ctimas timorenses nos recuerdan la absoluta necesidad que tiene el mundo de contar con el TPI, cuyo tratado fundacional fue aprobado en julio de 1998 en Roma por 120 pa ses, gracias a la campa a internacional en favor de su creaci n lanzada en 1993 por los radicales italianos.
Sin embargo, para que el TPI pueda entrar en funcionamiento hace falta que no menos de 60 parlamentos nacionales ratifiquen el tratado. Hasta hoy, s lo unos pocos parlamentos lo han ratificado (Italia, Senegal, Trinidad-Tobago y San Marino) o se disponen a hacerlo (Francia y Bangladesh).
La crisis de Timor Oriental deber a hacerles ver a los parlamentos de los pa ses que se pronunciaron a favor de una Justicia penal internacional para los cr menes de guerra y el genocidio, que cada d a que dejan pasar es otro d a de impunidad regalado a los grandes asesinos de nuestra poca.
La puesta a punto del TPI significa dar forma a la justicia sin fronteras que se ha convertido en una urgente necesidad en esta era de la posguerra fr a, jalonada por la proliferaci n de conflictos armados de una ferocidad sin precedentes.
Pero existe el riesgo de que ese proyecto se empantane. No podemos olvidar que Estados Unidos capitane la peque a pero decisiva minor a de pa ses que fueron contrarios al nacimiento del tribunal y que faltan demasiadas ratificaciones para que el tratado entre en vigencia.
El conflicto de Timor Oriental suscita otras preocupaciones. Mucho antes de que se produjeran los primeros incidentes hab an circulado numerosos informes sobre las actividades y los planes de los milicianos proindonesios. Se puede decir que era una tragedia anunciada. Sin embargo, nada se hizo para prevenirla. Llena de estupor, por ejemplo, que todas las canciller as de los 15 pa ses miembros de la Uni n Europea reaccionaran con indiferencia y pasividad ante las innumerables se ales de alarma que recib an.
Otro motivo de inquietud tiene que ver con las Naciones Unidas. Es dif cil imaginar otra crisis que presente tantos problemas pol ticos, humanitarios y ticos que est n estrechamente vinculados con el mandato y con la imagen de la ONU.
Con toda justicia, las Naciones Unidas jam s reconocieron la anexi n de facto de Timor Oriental por Indonesia en 1975. El inventario de las violaciones de los derechos humanos que se cometieron en la isla desde entonces constituye la perfecta negaci n de todas las convenciones para la protecci n de los derechos humanos adoptadas por Naciones Unidas, comenzando con la Declaraci n Universal de 1948: desde la persecuci n religiosa a las deportaciones, desde los asesinatos hasta la opresi n cultural, y as sucesivamente.
Y el refer ndum del 30 de agosto sobre la independencia de la isla fue organizado bajo la bandera de la ONU y de su misi n en Timor Oriental (Unamet). Se trat de un leg timo y democr tico ejercicio del derecho de autodeterminaci n destinado a ser pac ficamente aprobado y ratificado por el Gobierno y el Parlamento de Indonesia. Entonces, c mo se pudo infligir un sufrimiento tan grande a un pueblo cuya ·nica culpa es haber participado de buena fe en una elecci n democr tica? C mo puede Naciones Unidas aceptar una vez m s que su imagen, su credibilidad y su bandera salgan de este episodio deterioradas y casi destruidas? Me consta los esfuerzos realizados por el secretario general de las Naciones Unidas que ha tratado de persuadir al Consejo de Seguridad para que adopte con relativa rapidez las medidas m nimas para devolver la seguridad a Timor y, con ello, recuperar algo de credibilidad.
Pero es inadmisible que los dirigentes de las capitales que cuentan en el mundo, aborden conflictos de extrema gravedad como ste -que es cuesti n de vida o muerte no s lo para los timorenses sino tambi n para los valores y principios que ellos mismos se han comprometido a sostener- como si se trataran de meros pasatiempos diplom ticos.
Con tal enfoque, altos funcionarios y expertos preparan con calma la pr xima jugada y sopesan las probabilidades t cticas de este u otro curso de acci n en sus capitales y en Nueva York.
Pasa as a segundo plano lo ·nico que importa -el drama de Timor Oriental- y la posici n de tal o cual potencia se convierte en la prioridad de los diplom ticos. Por ejemplo, si China aceptar el precedente de una intervenci n militar en Asia o si los europeos estar n dispuestos a arriesgar sus lucrativas exportaciones a Indonesia.
Los diplom ticos y los funcionarios gubernamentales deber an tomar nota de que la opini n p·blica no tiene en cuenta todas esas consideraciones que se susurran en los pasillos de las canciller as.
Es de esperar que en la primera d cada del nuevo milenio, a diferencia de la que est llegando a su fin, no se repitan esc ndalos como los de Bosnia, Ruanda, Afganist n y Timor Oriental.
Ninguna organizaci n puede basar su existencia solamente en pactos diplom ticos o en acuerdos ¼de Gobierno a Gobierno , as como no puede leg timamente salir indemne de una falta de respaldo p·blico tan prolongado como la que est experimentando el Consejo de Seguridad de la ONU. Creo que los responsables de las capitales que cuentan deber an reflexionar m s de una vez sobre la lecci n de Timor Oriental.
Emma Bonino es diputada en el Parlamento Europeo y dirigente del Partido Radical y fue comisaria para la Ayuda Humanitaria de la UE.
Copyright: IPS/Comunica.