"Nacionalismo, regionalismo y federalismo"
Notas para Barcelona 21.07.00
En estos meses está de gran actualidad un debate sobre el futuro de la Unión Europea, centrado, sobre todo, en el enfrentamiento entre los "federalistas" y aquellos a los que los franceses llaman souverainistes; entre los que entienden como deseable y/o indispensable una cesión sustancial de soberanía por parte de los estados miembros respecto a la Unión (especialmente en vísperas de su ampliación) y quienes - convencidos de que los Estados miembros deben conservar el conjunto de sus prerrogativas actuales - combaten más o menos abiertamente cualquier hipótesis de mayor "federalización" de nuestra comunidad.
Yo soy una convencida federalista, hasta el punto que el nombre completo de la lista presentada por los radicales a las elecciones europeas de Junio de 1999 fue "Lista Emma Bonino por los Estados Unidos de Europa". Y me he preparado para esta reunión nuestra intentando reflexionar sobre una cuestión que sigo planteándome sin encontrar una respuesta unívoca, satisfactoria. Y esa cuestión es: acaso los "nacionalismos regionales" (perdón por el oxímoron, pero no encuentro una definición más eficaz; apunto por supuesto a los movimientos nacionalistas que discuten o han discutido los ordenamientos estatales actuales), significan un empuje o un freno para el federalismo a escala europea? El proceso de integración continental hallaría un nuevo impulso si en las instituciones comunitarias se diese más espacio a las realidades regionales?
Quien intentase dibujar un mapa ideal de la Unión en donde no apareciesen los 15 Estados sino el mosaico de las realidades regionales tal y como existen hoy (con todas las diferencias que hay entre un Land alemán, que es un auténtico Estado en sentido propio y una región francesa, que es poco más que una expresión geográfico-administrativa), descubriría desarmonías y descompensaciones bastante sorprendentes.
Voy a poner dos ejemplos que ustedes y yo conocemos bien, Cataluña y la región italiana de Lombardía, dos zonas de Europa a las que, por distintas razones, las instituciones actuales les "vienen estrechas".
Empiezo por Lombardía, es decir, por una región que - al tener 9 millones de habitantes, un PIB de 175 millones de dólares y una autonomía administrativa que el nuevo ordenamiento de las instituciones regionales italianas ha hecho amplísima - pesa objetivamente más que varios Estados miembros de la Unión. Acaso no tienen realidades regionales como la de Lombardía el derecho a una mayor representación en el seno de nuestra comunidad?
Pasemos a Cataluña, esto es, a una realidad europea que ha sido determinante en condicionar la evolución institucional española y constituye hoy - en términos de especificidad política y cultural - un componente irrenunciable de la familia europea. Realidades peculiares, asimilables a la cultura y a los partidos políticos que se han desarrollado en Cataluña, no deberían reivindicar un estatus diferente y más "alto" en el seno de nuestra comunidad?
Voluntariamente he hecho referencia a dos casos más llamativos que otros. Pero no olvido otros ejemplos, y no sólo españoles o italianos, pienso en Escocia y en algunos Lander alemanes, en la Bélgica de los flamencos y los valones. Pienso pues en toda una serie de comunidades de ciudadanos europeos que pueden en efecto sentirse insatisfechos con los instrumentos que están hoy a su disposición para interactuar con las instituciones comunitarias. Y que manifiestan puntualmente, en ocasiones con justicia, irritación y/o frustración frente a las decisiones "de Bruselas" (trátese de la Comisión o del Consejo, trátese de pesca, de agricultura, de bancos, de aeropuertos o de cualquier otra cosa) adoptadas sin tener en cuenta sus especificidades.
Otras consideraciones, sin embargo, nos orientan a la prudencia. La primera me la inspira la constatación nada misteriosa de que los expertos de ingeniería institucional llamados a satisfacer las exigencias de nuevos "sujetos", actualmente "federados" dentro de los Estados miembros se hallarían frente a un número no definido de "nuevos sujetos". Aun imaginando adoptar hoy criterios objetivos de elegibilidad (lo que permitiría definir el número de las regiones-Estados), nada impediría mañana el acceso de las regiones hoy excluidas a la elegibilidad, y, en consecuencia, a la proliferación de nuevos sujetos institucionales. Pongo dos ejemplos concretos. En Italia, el nuevo ordenamiento institucional recientemente otorgado a las regiones abre escenarios no del todo previsibles: es difícil decir cuántas regiones-Estado italianas reivindicarían hoy (y cuántas podrían reivindicar mañana) su proprio estatus europeo.
La cuestión se presenta aún más difícil en Francia, dotada como está del Estado más centralista entre los nuestros; pero que con el empujón de Córcega podría emprender -por tímidamente que fuese- el camino de la descentralización y de las autonomías.
Y ni siquiera me he puesto a pensar cuáles y cuántas realidades regionales contienen los numerosos países-candidatos que, en las distintas fases de ampliación se añadirán a nuestra familia.
La mención de Córcega me permite introducir una reflexión que no es de ingeniería, sino política, y sumamente delicada. Quien mire a la historia de Europa en los últimos decenios, advierte que no todos los movimientos autonomistas y/o nacionalistas que han entrado en conflicto con los Estados existentes -incluso movimientos legitimados por reivindicaciones sacrosantas y por un fuerte consenso popular- no todos, decía, han protagonizado, como aquí en Cataluña, una success story. Por una parte está vuestra epopeya catalana, este milagro pacífico (que por otra parte no ha terminado de dar sus frutos, a mi juicio), del que podéis estar igualmente orgullosos vosotros los catalanes y los dirigentes españoles, y que constituye una fuente de inspiración para toda Europa, que ha facilitado -dentro y fuera de España- la construcción de autonomías amplias y funcionales;
por la otra hay largas y trágicas historias de reivindicaciones que aún siendo legítimas (pienso en el País Vasco, en el Ulster, en Córcega), han tomado, por el contrario, la vía de la violencia y la incomprensión.
Pues bien, frente a las patentes dificultades con que se enfrentan, para la resolución de estos conflictos, líderes de gran experiencia y de acrisolada fe democrática como los que han gobernado y gobiernan España, el Reino Unido o Francia, creo que la Unión debería hablar y actuar con la máxima prudencia. Evitando sobre todo convertirse en detonador de dinámicas que puedan complicar de alguna manera las crisis que ya existen.
Por lo que a mí respecta, libre como estoy de responsabilidades institucionales, querría hacer a este respecto algunas breves observaciones. El contraste estridente entre el "milagro catalán" y las tragedias que aún siguen ensangrentando zonas menos felices de esta nuestra opulenta Europa nos recuerda la absoluta supremacía de la política en la gestión de crisis complejas. No basta que una causa sea justa para que se gane. No basta distinguir entre el nacionalismo "siempre bueno" de los más débiles y el nacionalismo "siempre malo" de los más fuertes. Son los errores políticos los que pueden hacer inexigible incluso la más sacrosanta de las reivindicaciones. Y de la misma forma son las intuiciones políticas las que pueden desbloquear los conflictos más espinosos. Tras lo cual toca a los técnicos transformar la ocasión en un éxito.
Para volver a nuestro tema y terminar. Estoy convencida de que la Europa comunitaria debe antes o después medirse con quienes -como vosotros- llegan a construir realidades políticas, económicas y culturales nuevas, que se tienen en pie por sí mismas. Pero también creo que estas "obras de reforma institucionales" podrían estar mejor gestionadas en un contexto comunitario en donde el mito / tabú del Estado nacional haya sido decisivamente redimensionado. Es lo que deseo que suceda cuanto antes, a partir de la ya próxima cumbre de Niza, si se consigue inyectar dosis razonables de federalismo en las instituciones de la Unión Europea. Si así fuese, conseguir un equilibrio institucional que dé más espacio a las realidades hoy regionales aparecerá no sólo más fácil, sino necesario.