Otto de Habsburgo ABC 7-9-94
En las discusiones sobre política europea se plantea constatemente el tema de un futuro idioma común, sobre todo a la vista de los nuevos ingresos que se avecinan. Están a la puerta pueblos de las más diversas lenguas: finlandés, sueco, quizá incluso noruego. Cuando, en el transcurso de los próximos años, ingresen los pueblos de Europa central y del Este, habrá que contar por lo menos con el húngaro, el checo, el eslovaco y el polaco, además de, posiblemente, con los idiomas de los tres Estados bálticos y de Croacia y Eslovenia.
Por supuesto, la preocupación por las consecuencias de un desbordamiento está justificada. El número de intérpretes en la Unión Europea aumenta en progresión geométrica. En este momento hay ya en el Parlamento Europeo más traductores que mandatarios. Esto irá en aumento con cada nuevo ingreso. Por eso mucha gente opina que habría que fijar uno o dos idiomas europeos para limitar los gastos.
Los que piensan así lo hacen desde la perspectiva de la economía y la tecnocracia. Olvidan que Europa es, sobre todo, una cultura en que la variedad tiene un significado decisivo. El que nuestra literatura sea tan colorida se debe agradecer en primer lugar a este hecho, pues a menudo los mejores escritores proceden de regiones con idiomas minoritarios. Éste es sin duda el caso de la lírica húngara. Sin embargo, también dialectos menos importantes como el provenzal han aportado mucho al enriquecimiento de nuestra herencia cultural, como prueban las obras de Fréderic Mistral. Si sólo tuviéramos unos pocos idiomas, a la larga significaría un empobrecimiento ineludible.
Por otro lado, no se puede negar que, a largo plazo, especialmente si la Gran Europa va a ser una realidad no muy lejana, se acerca inevitablemente al momento de dar una solución al problema. Nos encontramos ante un dilema. Pero en muchos sentidos, es sólo un dilema aparente debido a que se piensa de forma demasiado cuadriculada.
Un retroceso a un número menor de lenguas o a un sólo idioma sintético no tendría justificación. Por otra parte hay que reconocer que, a la larga, por lo menos en lo que concierne a los órganos de la Unión, es imposible aumentar el número de traductores. Salta a la vista que, actualmente, la estrechez de miras nacionalistas aumenta las dificultades. Si ciertos diputados fueran razonables y no exigiesen a toda costa que un documento se traduzca a su idioma aunque lo puedan leer perfectamente en algún otro, sería posible limitar lo que manifiestamente es una barbaridad. No cabe duda que la actuación en este sentido de los parlamentarios griegos, por citar sólo a una de estas naciones pequeñas, supone un flaco servicio a Europa.
La cuestión es encontrar una solución práctica, que respete los derechos de los pequeños, a la vez que facilita las traducciones.
Los que participan en la labor del Parlamento Europeo saben que hay cuatro idiomas de los que cualquiera puede dominar al menos uno:inglés, francés, alemán y español.Por tanto se podría conseguir una especie de equilibrio si se traduce normalmente los documentos a esas cuatro lenguas, aunque ofreciendo siempre la posibilidad, en el caso de que alguien demuestre que no habla ninguna de ellas, de ponérselo a su disposición en su propio idioma. Por lo que se refiere a las apariciones en público, nadie tendrá que renunciar a emplear su lengua. Pero sería inteligente por parte del orador que él mismo adjuntara una traducción de sus palabras, como lo ha hecho siempre el autor de estas líneas por lo que se refiere al idioma húngaro. Con ello se garantiza la presencia de todos, también de los pequeños, y al mismo tiempo se evita el peligro de desbordamiento.
Constantemente se afirma que una práctica semejante excluiría a determinadas personas de la participación en la vida europea. Eso ocurrirá mientras se siga una política poco razonable en muchas escuelas. Los que tienen que ver con niños saben que en la infancia se aprenden los idiomas con gran facilidad, como si fuera un juego. Todo lo demás se puede dejar para después. Una vez que una persona domina tres idiomas, apenas corre el peligro de no poderse comunicar. Sería necesario incluir en las tres lenguas básicas la del vecino, porque una de las condiciones para una evolución pacífica es que puedan entenderse las personas de ambos lados de la frontera
Ya va siendo hora de no barrer bajo la alfombra la cuestión de las lenguas y de su utilización en la Unión Europea, sino de pensar seriamente como se puede unificar el dictado de la eficacia con el de nuestros interese culturales. Porque siempre hay que tener presente que la consevación de las lenguas minoritarias es un requisito para la continuación del desarrollo intelectual de nuestro continente. Una verdadera Europa nunca debe ser una mezcla unitaria, un »crisol como Norteámerica. Si queremos permanecer fieles a nosotros mismos y a nuestra tradición, la condición necesaria sigue siendo la unidad, pero sólo en la diversidad.