FEDERALISMO Y DEMOCRACIA EN ESPANA
Antonio Elorza *
(Cambio 16, 17 octubre 1994)
En el libro noveno de »El Espíritu de las leyes , Montesquieu explicó en breves palabras la ventaja fundamental del federalismo. Una pequeña república sucumbiría ante la fuerza exterior. Ese inconveniente es salvado mediante la federación, »una sociedad de sociedades , que reúne las ventajas internas del Gobierno republicano y la fuerza del monárquico. Muy pronto, lo que estaba aún en el reino de las ideas se convierte en realidad al constituirse los Estados Unidos de América.
Por espacio de un siglo, Estados Unidos aparece ante los observadores europeos como un modelo de libertad. Paralelamente, al conseguir su independencia de España, las nuevas repúblicas latinoamericanas intentarán sin demasiado éxito reproducir el modelo norteamericano. Pero el ejemplo llegó también a la Península.
Algunos autores creyeron que el federalismo de los demócratas españoles del siglo XIX había surgido como una hijuela teórica de Proudhon, cuyo libro "El principio federativo" trajera en vísperas de 1868 Francisco Pi y Margall. Fue una impresión errónea.
Por profunda que fuese la influencia proudhoniana sobre el más destacado de nuestros federalistas, era posterior a la definición federal que acompaña, desde su aparición en tomo a 1840, a nuestro primer republicanismo. Lógicamente, esa inclinación federal resulta más intensa en la periferia, pero se encuentra también entre los demócratas de Madrid, Teruel o León.
El gran ejemplo norteamericano contará para ello, hasta que el mito resulta afectado en los años 80 por el episodio de los mártires de Chicago, que sitúa ante demócratas y obreros el contenido represivo de la democracia yanqui. Juega también la oposición a la forma centralizada de Estado propia del moderantismo y la conciencia difusa de que no existe un mercado nacional, que a la fragmentación del espacio económico debe corresponder una articulación desde la base para el espacio político. Además, el tipo de revolución que se repite una y otra vez en España desde la Insurrección juntista de 1808 hasta la Gloriosa supone la construcción piramidal desde abajo de los órganos de gobierno, un gobierno barato. Dentro de la federación, las distintas unidades políticas, comenzando por la ciudad, pueden lograr un máximo de autonomía. Y se resolverá el problema de la heterogénea composición de España, donde vascos, gallegos y catalanes lo son antes que españoles. Más aún, con el federalismo quizás se logrará la fusión
con Portugal.
Una vez afirmada la democracia, preludio de enlaces federales de nivel superior, en Europa y a escala de la humanidad, podrían emprenderse las reformas sociales que llevarían al terreno económico la igualdad política previamente conseguida. Fue una idea con una gran capacidad de movilización entre intelectuales y capas populares hasta el gran fracaso de 1873, que dejó ver la contradicción entre quienes veían en la federación una fórmula de revolución burguesa (ejemplo: Castelar) y quienes le juzgaban el instrumento para que el pueblo accediese al poder.
Del desplome de la experiencia federal surge, de un lado, la hegemonía del anarquismo en amplios sectores del movimiento obrero, y de otro, la tensión disgregadora que para la reorganización del Estado marcan a fines del siglo XIX los nacionalismos periféricos. En 1931, Ortega resumirá los tópicos negativos: el federalismo había fracasado en España y suponía » caminar hacia la dispersión en un Estado ya constituido. Como contrapunto, el federalismo impregnaba las distintas soluciones de la izquierda democrática y, si bien rechazado como solución global en las Constituciones de 1931 y 1978, se mantendrá como paradigma para una organización racional de
nuestro Estado.
Antonio ELORZA
* Historiador